Se hace tarde y anochece
consiste en volver a dejarse modelar por Dios: «Verdadera “reforma”, por consiguiente, no significa entregarnos desenfrenadamente a levantar nuevas fachadas, sino (al contrario de lo que piensan ciertas eclesiologías) procurar que desaparezca, en la medida de lo posible, lo que es nuestro, para que aparezca mejor lo que es suyo, lo que es de Cristo. Es esta una verdad que conocieron muy bien los santos: estos, en efecto, reformaron en profundidad a la Iglesia no proyectando planes para nuevas estructuras, sino reformándose a sí mismos. Lo que necesita la Iglesia para responder en todo tiempo a las necesidades del hombre es santidad, no management », afirmaba el cardenal Ratzinger en su Informe sobre la fe . Hay que buscar medios concretos para dejar de poner obstáculos a la acción divina. Pero, mientras nuestras almas sean tibias, cualquier medio resultará inútil. La rutina es una amenaza terrible. La rutina endurece. Ciega. Nos hace sordos a todo lo que nos interpela. Cierra las puertas y los postigos a la luz divina. Impide descubrir los errores cometidos. Impide reaccionar, corregirse, convertirse y avanzar. Favorece la desidia, la degradación, la podredumbre. Y, sobre todo, impide avanzar contracorriente. No hay nada grande que hacer con hombres rutinarios que han pactado para siempre con la mediocridad. Con los tibios y los blandos no hay nada consistente que hacer. La tibieza lleva a la cobardía y a la traición. El Señor se muestra implacable con los tibios: «Conozco tus obras, que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Y así, porque eres tibio, y no caliente ni frío, voy a vomitarte de mi boca» ( Ap 3, 15-16). En Notre conjointe Charles Péguy se expresa con contundencia a este respecto: «Hay algo peor que tener un mal pensamiento. Es tener un pensamiento preconcebido. Hay algo peor que tener un alma mala y también que hacerse un alma mala. Es tener un alma preconcebida. También hay algo peor que tener un alma perversa. Es tener un alma acostumbrada [...]. Las peores miserias, las peores bajezas, las vilezas y los delitos, el pecado mismo son a menudo los puntos vulnerables de la armadura del hombre, los puntos vulnerables a través de los cuales la gracia puede penetrar en la coraza de la dureza del hombre. Pero sobre esta inorgánica coraza de la costumbre todo resbala, y se despunta toda espada». No reaccionaremos mientras no seamos conscientes de la gravedad de nuestro deterioro. ¿Será capaz de despertarnos la reciente revelación de las viles infamias de ciertos clérigos? Quizá nos hacia falta esta humillación, esta vergüenza para percatarnos de nuestra honda necesidad de reforma, es decir, de conversión. ¿Cómo no reaccionar ante semejante cinismo por parte de unos
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