Lux Dei

4 Al Co ntenido Poncio no ataba palabra congruente para dar su veredicto parcial y esto fue asi, debi- do a la profunda serenidad del nazareno que estaba parado frente a él y que ademas tenía la mirada vista al suelo, sin alteración alguna, por los gritos ensordecedores de la multitud que se había dado conglomerado en ese patio. Con ese escenario, Pilato tenía que dar una orden de forma inmediata, dado la efer- vescencia que estaba creciendo en el pueblo judío y que se podría tornar en un mitin contra las fuerzas romanas, levantamiento que no podía dejar pasar, ya que el Cesar se lo había advertido y estaba su cabeza en vilo por lo que el emperador podría tomar acción rotunda contra este prefecto romano. "Llévenselo y azótenlo pero no lo maten” - "Accipe eum et verbera eum sed ne occidas " , dio la orden y los soldados romanos, con empujones usados por guerreros de batallas constantes, lo condujeron a otro patio donde había una columna con dos argollas, se las pusieron en las muñecas, le arrancaron y despedazaron lo que traía vestido, solo dejaron la parte inferior para cubrir sus partes íntimas, asi la espalda y las piernas estaban descubiertas listas a recibir el flagrum taxillatum que como míni- mo serian 40 lanzadas de latigazos. Una parte de multitud del primer patio se recorrió a este segundo patio para ver, al- gunos por el morbo, otros por curiosidad malévola, algunas más por tener en su alma la saña pérfida, algunos cohen cuya mirada estaba llena de odio y que enviaba la mis- ma hacia el justiciado, y por supuesto quienes le habían seguido en su vida hermosa de paz y amor, empezando por su Santísima Madre que estaba contemplando la esce- na con infinito dolor. Se hizo un momento donde el silencio fue tal que, se podía haber cortado el mi smo con un cuchillo de doble filo. Y el aire alrededor dio cuenta del sonido con el primer latigazo, este provino del sol- dado que estaba situado a la izquierda el flagrum , con puntas de plomo, empez ó su trabajo y arranco unos pedazos de la piel de su espalda, siguió el segundo sold ado, este, situado a la derecha, y el sonido estremecedor y agudo del _flagrum_ de va rias puntas, aunado a la fuerza con que se imponía el latigazo, hirió en la parte contra ria, la sangre salto estrepitosamente, y uno, tras otro golpe hiriente, fueron cayendo, ya unos, sobre los muslos, ya otros, sobre las piernas, los hombros, la zona renal y d on- de la dirección y la fuerza con se implantaba los latigazos fuese permitida, misma fuerza que, al andar de los golpes, disminuía en los soldados romanos y se incremen- taba la cantidad de sangre derramada, una parte en la columna asi como en las argo-

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