Lux Dei

5 Al Contenido llas, en los brazos, en una gran parte del piso de piedra, asi c omo en lo que estaba salpicada en los cuerpos de los soldados y sus uniformes, en la tela que servía para cubrir sus partes nobles, aquella fue una escena dantesca, de g ran oprobio, detesta- ble, horrible, y sobre todo llena de dolor. Frente a este cuadro se encontraba la Santísima Madre del flagelado, envuelta en un dolor exacerbado, con las rodillas hincadas en el piso duro de piedra, casi a punto del desfallecimiento total, la sostenían por la derecha, Juan y por la izquierda, Magdalena, ambos también desechos de dolor de ver aquel horror y no poder hacer nada. Los tres con el llanto profundo y el rostro bellísimo de la Santísima perdido en el mar de la angustia y desesperación, con sus brazos extendidos y sus manos temblorosas de dolor celestial, sus dedos estaban trémulos y vibrando fuertemente, sus labios estaban temblando al ver a su Omnipotente, Omnisciente y Omnipresente hijo, sufrir una pena que no le tocaba y que el quiso hacerlo para redimir al hombre. Asi los labios de la Santísima le gritaba a su hijo con esa voz firme y hermosa pero llena de dolor inaudito, “Hijo mio del ser de luz, ya termina esto”. El sufrimiento aun no termina y el dolor se hace más agudo, su bellísimo corazon latía fuertemente, el palpitar del mismo, lo sentían hasta los dos discípulos que tenía a su lado, toda la ropa de la Santísima Virgen esta empapada por el esfuerzo de sufrir co- piosamente, sus lágrimas, que son como océanos de amor, caían como cascadas de dolor y sufrimiento. Juan y Magdalena querían levantarla y con un esfuerzo lo pudieron hacer, pero sus piernas casi no respondían, establan flácidas, sin energía para sostenerse, ya que sus brazos, de tanto tiempo de extenderlos, no contenían las fuerzas, ni la energía, asi que tambien estos caían sin fuerza, al lado de sus queridos hijos, Juan y Magdalena, estos dos, silentes ante el dolor de una madre, al ver sufrir de forma ignominiosa a su hijo, estaban por igual llenos de dolor y sufrimiento. Paso el momento y termino diciendo: “Todo está consumado” (Juan 19:30) “Padre, en tus manos encomiendo mi espíri- tu” (Lucas 23:46) Hubo un instante de profundo silencio y la tierra se movió como un terremoto de grado 10 y las cortinas del templo se rasgaron…

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