Porque soy catolico

N I Introducción aturalmente será motivo de objeción la publicación de esos documentos tan efímeros y controvertidos. La crítica tan pronto los rechazará por ser demasiado frívolos como mostrará su desagrado por encontrarlos demasiado serios. La tregua unilateral del buen gusto, que abarcó a todos los asuntos religiosos y que se mantuvo por un corto espacio de tiempo, ha desembocado en una guerra unilateral. Pero todavía puede pedirse una tregua, como habitualmente se pide el terrorismo del gusto contra la minoría. Todos conocemos a ese querido coronel conservador que, enrojecido por la ira, se juraba a sí mismo que no iba a hablar de política, y que mandar al infierno a esos malditos asquerosos socialistas no era hablar de política. A todos nos resulta encantadora la ancianita que vive en Bath o en Cheltenham y que ni en sueños hablaría de negarle la caridad a nadie, pero que de hecho piensa que los disidentes son unos impresentables y que los sirvientes irlandeses son realmente imposibles. En el espíritu de estas dos admirables personas se encuentra la polémica que ahora se traslada a la prensa por parte de una fe progresista y una «Religión Ampliamente Hermanada». Mientras el escritor hace uso de numerosos gestos de fraternidad y hospitalidad con quienes están preparados para abandonar sus creencias religiosas, se muestra tan brusco como desea con quienes se atreven a conservarlas. El deán de la catedral de San Pabl o [1] se permite amablemente calificar a la Iglesia católica como una organización traicionera y sangrienta. El señor H. G. Wells se permitió comparar a la Santísima Trinidad con una danza indecorosa. El obispo de Birmingham comparó el Sacramento de la Eucaristía con un sangriento festín. Frases como éstas no pueden alterar la paz y la armonía que toda persona con sentimientos humanitarios desea. No hay nada en esas expresiones que pudiera entrar en conflicto con la fraternidad y la compasión que suponen el vínculo de la sociedad. Podemos estar seguros de ello porque tenemos la palabra de los propios escritores de que su propósito es generar una atmósfera de amor y de generosidad. Por tanto, cualquier interrupción que estropee la armonía del momento, que haga imposible que esas manifestaciones de fraternidad sigan su curso sin que se produzca algún ridículo altercado, o sin que alguien haga una escena, evidentemente será por culpa de un puñado de individuos irritables e irritantes, incapaces de aceptar esas descripciones de la Trinidad, del Sacramento y de la Iglesia sino como un fusilamiento de su propios sentimientos e ideas. Ya ha quedado claro que todas estas afirmaciones han sido aceptadas por todas las personas inteligentes, exceptuando a quienes no pueden aceptarlas. En lo que a mí se refiere, en mi experiencia política, me he atrevido a dudar de lo acertado que pudiera Página 101

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