Porque soy catolico

H II El escéptico como crítico acen falta tres personas para tener una pelea; porque también es necesario un pacificador. Si un amigo común de ambos bandos interviene con tacto en la riña, no puede alcanzarse la máxima expresión de la furia humana. Tengo la impresión de encontrarme en una situación parecida a la del reciente debate americano entre la revista The American Mercur y [2] del señor Mencken y los puritanos; y admito que al principio he sentido una vergüenza cercana al terror. Soy consciente de que el árbitro puede romperse en mil pedazos. Sé que el árbitro que se ha designado a sí mismo debería romperse en pedazos. Y, sobre todo, sé que esto es lo que ocurre en todo cuanto de alguna manera envuelve las relaciones internacionales. Quizá la única crítica profunda sea la autocrítica. Tal vez esto sea más cierto si se aplica a las naciones que a los hombres. Y puedo entender que muchos americanos acepten sugerencias de sus propios conciudadanos que rechazarían directamente si vinieran de un extranjero. Sólo puedo alegar que me he esforzado en poner en práctica el patriótico principio de «mira primero por Inglaterra» en la misma proporción que el igualmente patriótico «critica primero a Inglaterra». Y soy consciente de que existen males en Inglaterra que apenas tienen presencia en América; y ninguno más ausente, como ha señalado el señor Belloc para sorpresa de muchos, que el de la verdadera, servil, supersticiosa y mística adoración del dinero. Pero lo que me hace ser tan crítico en esta ocasión es el hecho de que siento una gran simpatía por ambos lados. Me esforzaré en disfrazar mi actitud, hasta donde sea posible, con insultos repartidos entre ambos con mucho tacto, y una indignación camuflada con cortesía hacia esta o aquella cuestión de la polémica. Pero la verdad es que, si yo fuera americano, estaría muy contento con las puntuaciones que The American Mercury hace sobre alguien o algo; aunque tampoco mi modesto hogar carecería por completo de cierta alegría cuando The American Mercury hubiera hecho su balance. Pienso que ambos lados, y en especial el lado iconoclasta, necesitan lo que necesita el mundo moderno: un rígido criterio espiritual incluso para sus propios propósitos intelectuales. Podría expresarlo afirmando que simpatizo mucho con los revolucionarios pero muy poco con los nihilistas. Para los nihilistas, como lleva implícito su nombre, no hay nada sobre lo que rebelarse. Sobre esta cuestión hay poco que añadir al artículo que con admirable sensatez, sutileza y perspicacia escribió el señor T. S. Ellio t [3] ; en especial a aquella frase crucial en la que le decía al profesor Irving Babbit t [4] (que reconocía la necesidad del entusiasmo) que no podíamos tener un entusiasmo por tener entusiasmo. Creo que sé Página 104

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