Porque soy catolico

como Aldous Huxley, quien se ha quejado recientemente por los «gratuitos» romances de los viejos puntos de vista republicanos sobre la naturaleza humana. Ha expirado para la mayoría de los críticos más amables y divertidos. Ha expirado para muchos hombres buenos y sabios de hoy en día, a los que no puedo ayudar al preguntarme si, bajo las actuales circunstancias, dicha idea no habría muerto en el propio Whitman. Desde luego no lo ha hecho para mí. Para mí continúa siendo real, no por ningún mérito propio, sino por el hecho de que esta idea mística, que se ha evaporado como el aire, persiste como un credo. Estoy preparado para asegurar, con tanta firmeza como debería haberlo hecho en mi juventud, que el negro jorobado y zopenco está adornado con el aura de luz dorada. La verdad es que el visionario cuadro de Whitman, o lo que él pensaba que era visionario es, de hecho, algo muy antiguo y ortodoxo. En realidad, hay muchos cuadros antiguos en los que aparecen multitudes coronadas con aureolas para indicar que todos los que allí están representados han alcanzado la santidad. Pero para los católicos es un dogma de fe fundamental el hecho de que todos los seres humanos, sin ninguna excepción, han sido especialmente hechos, con la forma y la punta de unas brillantes flechas, con el fin de hacer blanco en la santidad. Es cierto que las flechas han sido emplumadas por el libre albedrío y, por lo tanto, arrojan la sombra sobre todas esas posibilidades trágicas que conlleva la libre elección; y eso que la Iglesia (consciente a lo largo de los tiempos del lado oscuro de la Verdad, que los nuevos escépticos acaban de descubrir) también ha llamado la atención sobre la sombras que rodean esa tragedia potencial. Pero eso no establece ninguna diferencia con la dicha de una gloria posible. En un aspecto concreto incluso forma parte de ella; el de que la libertad es, en sí misma, una gloria. En ese sentido todos ellos podrían conservar sus aureolas en el mismísimo infierno. El asunto es que si alguien cree que todos esos seres han sido creados para ser bendecidos, y muchos de ellos probablemente están bien encaminados para serlo, tal pensamiento tiene un toque de razonamiento filosófico al considerarlos a todos ellos criaturas maravillosas y radiantes, con todas sus cabezas coronadas con aureolas. Esa convicción hace de cada rostro humano, de cada característica humana, una cuestión de poesía mística. Pero no es exactamente como la poesía moderna. La más moderna de la poesía actual no es una poesía de aceptación, sino de rechazo, e incluso, de repulsión. El espíritu que habita en los trabajos más recientes podría ser denominado como la ira del hartazgo. El nuevo hombre de letras no consigue su efecto diciéndose a sí mismo que el negro jorobado tiene aureola. Consigue su efecto diciendo que, justo cuando estaba a punto de abrazar la belleza de la mujer, se sintió asqueado por la presencia de una espinilla situada sobre la ceja o por la de una mancha de grasa en su pulgar izquierdo. Whitman intentó demostrar que las cosas sucias eran, en realidad, cosas bellas, como cuando glorificaba el estiércol al considerarlo la matriz Página 114

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