Porque soy catolico
Y lo parecía, no porque realmente fuera incontestable, sino porque hasta los cristianos más decadentes no se atrevieron a contestarlo. Al señor H. L. Mencken le encantará obligarnos a darle respuesta. Para mí es justo ahora cuando el asunto empieza a ponerse interesante. Repasando las antiguas crisis religiosas, creo ver en ellas coincidencias muy concretas; o, más bien, una serie de circunstancias demasiado sincrónicas como para ser consideradas una simple coincidencia. Después de todo, cuando pienso en ello, todas las revueltas que se han hecho contra la iglesia antes de la Revolución y más concretamente desde la Reforma, han contado la misma curiosa historia. Todo gran hereje ha exhibido siempre tres características principales combinadas entre sí. La primera es que escoge un concepto místico del gran saco de conceptos místicos que tiene la Iglesia. La segunda es que enfrenta dicho concepto contra todos las demás. Y la tercera (y más peculiar) es que no parece haber tenido constancia de que su concepto místico favorito era eso, un concepto místico, por lo menos en el sentido de un concepto inescrutable, oscuro o dogmático. Con una extraña inocencia, parece dar por sentada la validez de su idea. La asume como una idea inexpugnable, aun cuando la usa para atacar toda clase de ideas de parecida condición. El ejemplo más conocido y obvio es la propia Biblia. A un pagano imparcial o a un observador escéptico debe parecerles la historia más extraña del mundo; esos hombres lanzándose a la destrucción de un templo, volcando el altar y expulsando al sacerdote, donde encontraron salmos o evangelios inscritos en libros sagrados, que (en vez de arrojarlos al fuego con el resto) empezaron a usar como oráculos infalibles rechazando todo lo demás. ¿Si el sagrado altar mayor estaba mancillado por qué habrían de ser ciertos los documentos sagrados encontrados en él? Si el sacerdote era un farsante en la práctica de sus sacramentos, ¿por qué no iban a ser también una farsa sus escrituras? Yendo más lejos, sería más probable que alguien blandiera este elemento singular de la Iglesia para romper todo el interior de la misma antes de que un profano se pusiera a examinarlo. En su momento sorprendió mucho que alguien se atreviera a hacer eso, y en algunas partes del mundo siguen bastante sorprendidos. De nuevo, los calvinistas tomaron la idea católica del poder y la infalibilidad de Dios; y la tomaron como una obviedad tan sólida e irreductible como una roca, tan firme que podría construirse cualquier cosa sobre sus cimientos, por cruel o aplastante que fuera. Estaban tan confiados en su propia lógica, y su principio de la predestinación, que torturaron el intelecto y la imaginación con deplorables deducciones sobre la naturaleza de Dios, hasta convertirlo en un demonio. Pero parece que nunca les ha asaltado la idea de que, de repente, alguien pudiera decir que no cree en el demonio. Se sorprendieron mucho cuando la gente empezó a llamarles «ateos» aquí y allí antes de que empezaran a decirlo. Habían asumido la idea de la divina presciencia como tan inamovible que debía, si era necesario, llevarse a cabo de acuerdo con la destrucción de la compasión divina. Nunca pensaron que alguien negaría el Página 116
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