Porque soy catolico

Conocimiento de la misma forma que ellos negaban la Compasión. Entonces apareció Wesley y las reacciones contra el calvinismo; y los evangélicos tomaron la idea de que la humanidad tenía un sentido de pecado; y se pasearon ofreciendo a todo el mundo la liberación de ese misterioso lastre que genera. Es un proverbio, y casi una broma, que vistan a un extraño en la calle y se ofrezcan para liberar su secreta agonía del pecado. Pero pocas veces les remueve, hasta mucho más tarde, el hecho de que el hombre de la calle les conteste que no desea ser salvado del pecado más de lo que desearía librarse del tifus o del baile de San Vito; porque de hecho esas cosas no le causan ningún sufrimiento. Se sorprendieron mucho cuando a consecuencia de Rousseau y el optimismo revolucionario empezó a manifestarse en los hombres una reivindicación de la dignidad y la felicidad puramente humanas; una satisfacción con una camaradería de su estilo, acabando con la feliz exclamación de Whitman de que no debía «yacer consciente y llorar por sus pecados». La verdad es que Shelley, Whitman y los optimistas revolucionarios hicieron, una vez más, exactamente lo mismo. También, aunque de forma menos consciente debido al caos propio de su tiempo, sacaron de la vieja tradición católica una idea particularmente trascendental; la idea de que en el hombre existe una dignidad espiritual por el hecho mismo de ser hombre, y de que existe un deber universal de amar a los hombres tal cual son. Y actuaron exactamente igual que sus prototipos, los calvinistas y los seguidores de Wesley. Dieron por hecho que su concepto espiritual era absolutamente evidente, como lo es el sol y la luna; que nadie podría destruirlo, aunque en su nombre destruyeran todo lo demás. Recalcaron constantemente su divinidad y dignidad humana, y el inevitable amor hacia todos los seres humanos; como si tales cosas fueran algo de lo más natural. Y se quedan muy sorprendidos cuando los nuevos realistas explotan de pronto, y empiezan a decir cosas como que un carnicero de bigote pelirrojo y verruga en la nariz no se les antoja ni muy divino ni muy lleno de dignidad, que sinceramente no sienten el más pequeño impulso por amarlo, que a poco que lo intentaran podrían negarle el amor, o que ellos en modo alguno se sienten obligados a intentar darle amor. Podría parecer que el proceso ha llegado a un final, y que para los crudos realistas no hay nada más que añadir. Pero no es así; y el proceso sigue su curso. Todavía existen organizaciones benéficas a las que estos hombres pueden aferrarse. Organizaciones a las que pueden lanzarse cuando se dan cuenta de que sólo son personas con un pensamiento tradicional. Todo el mundo debe haberse percatado de que, en la mayoría de los escritores modernos, persiste un cierto tono lastimero. Ellos ya no distinguen a todos los hombres, como a San Pablo y otros demócratas de corte místico. Sería demasiado duro decir que desprecian a todos los hombres; a menudo (para ser justo con ellos) se incluyen a sí mismos. Pero tratan de un modo compasivo a todos los hombres, sobre todo a aquellos que dan pena; y hoy por hoy extienden dicho sentimiento de forma casi desproporcionada al resto de los seres vivos. Este Página 117

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA0OTIx