Porque soy catolico
darse cuenta de que se está hablando de una especie de sacrificio humano en honor de una nueva e inefable divinidad. En los buenos viejos tiempos del racionalismo victoriano era costumbre extendida burlarse de Santo Tomás de Aquino y de los teólogos medievales; y, de modo especial, se repetía una y otra vez la conocida broma de aquel místico que debatía el número de ángeles que podían danzar sobre la punta de una aguja. Aquellos cómodos victorianos, entregados a sus negocios y a sus ganancias, tal vez hubieran sentido el pinchazo de otra aguja, aunque fuera de índole muy distinta. Hubiera venido muy bien a sus almas haber buscado una aguja así, no ya en el pajar de la metafísica medieval, sino en el alfiletero de su propia Biblia. Les hubiera venido mejor meditar no ya sobre cuántos ángeles pueden moverse sobre la punta de una aguja, sino más bien sobre cuántos camellos podrían pasar por el ojo de esa misma aguja. Pero todavía se puede hacer otro comentario sobre esta misma broma que resulta más adecuado para nuestros propósitos. Si la mística medieval debatió alguna vez el tema de cuántos ángeles podían moverse sobre una aguja, no se ocupó en modo alguno de si el objeto de esos ángeles era mantenerse sobre dicha aguja; como si Dios hubiera creado exclusivamente a todos los ángeles y arcángeles, a todos los tronos, virtudes, poderes y principados para que pudieran decorar la indecorosa desnudez de la punta de una aguja. Pero ésta es la manera de pensar de los racionalistas modernos. Los místicos medievales jamás se ocuparon de decir que existiera una aguja sobre la cual pudieran alzarse los ángeles; sino que, por el contrario, fueron los primeros en afirmar que las agujas se habían hecho simplemente para coser los vestidos de los humanos. Porque precisamente esos místicos medievales, con su estilo complejo y trascendental, estaban mucho más interesados en descubrir las razones reales de las cosas, y en establecer la distinción entre medios y fines. Querían saber cuál era el auténtico sentido de una cosa, y cuál era la dependencia que existía entre una idea y otra. Y hasta hubieran podido indicar, cosa que muchos periodistas parecen haber olvidado, la paradójica posibilidad de que el tenis esté hecho para el hombre, y no el hombre para el tenis. Los pensadores modernos se muestran particularmente desafortunados cuando dicen que el mundo actual no tiene por qué admitir los viejos métodos silogísticos de los escolásticos. Se han propuesto rechazar y hasta combatir el único instrumento que el mundo moderno necesita profundamente. Habría estado mucho mejor decir que el renacimiento de la arquitectura gótica ha sido un fenómeno sentimental y fútil; que el movimiento prerrafaelista en el arte fue tan sólo un episodio excéntrico; que la utilización tan en boga del término «gremio» para toda posible clase de institución social no es más que una moda artificial y afectada; que el feudalismo de la Joven Inglaterra era muy diferente del de la Vieja Inglaterra. Pero este método de deducciones tan bien definidas, con su definición de postulados y sus respuestas, es algo que necesita urgentemente toda nuestra aduladora sociedad periodística; tanto como puedan necesitar una medicina las personas envenenadas. Me he limitado a Página 129
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