Porque soy catolico
M VI Obstinada ortodoxia e han pedido que explique algo de mí mismo que me resulta muy sorprendente. Se me ha presentado el asunto en forma de un recorte de un halagador artículo americano en el que ya se podía apreciar un cierto vislumbre de sorpresa. Hasta donde logro entender, parece que se considera algo extraordinario que un hombre pueda ser ordinario. Yo soy ordinario en el correcto sentido del término, es decir, del que acepta un orden. Un orden en el que hay un Creador y una Creación; en la lógica gratitud por el hecho de la Creación; en la aceptación de la vida y del amor como dones esencialmente buenos; del matrimonio y de la caballerosidad como leyes que los controlan adecuadamente; y como aceptación del resto de las tradiciones normales de nuestra raza y religión. Se considera también un poco anticuado que yo vea la hierba de color verde, cuando un artista checo, recién descubierto, la ha pintado de color gris; que piense que la luz del día es muy aceptable, a pesar de que trece filósofos lituanos, puestos en fila, la maldigan; y que, en temas más polémicos, prefiera realmente las bodas a los divorcios, y el nacimiento de niños en lugar del control de natalidad. No voy a defender en estas páginas, y una por una, estas opiniones excéntricas que mantengo y comparto con la abrumadora mayoría de la humanidad, tanto pasada como presente. Y solamente voy a permitirme dar a todo ello una respuesta general, por una sencilla razón: porque quiero dejar inequívocamente claro que mi defensa de tales sentimientos no es una cuestión meramente sentimental. Me resultaría fácil hablar con entusiasmo sobre estos temas; pero desafío al lector a que, tras leer estas páginas, encuentre en ellas la menor traza de sentimentalismo. Mantengo estos criterios no porque sean sensibles, sino porque tienen sentido. Por el contrario, son precisamente los escépticos los que se mueven por sentimentalismo. Más de la mitad de lo «rebelde» y de la cháchara de los que se sienten avanzados y progresistas es simplemente una endeble variedad de esnobismo que adopta la forma de culto a lo joven. Algunas personas de mi generación se complacen en afirmar que ellos pertenecen al partido de los jóvenes, y defienden cualquier detalle perteneciente a lo más novedoso o anómalo. Si yo no hago una cosa así es por la misma razón por la que no me tiño el pelo ni llevo corsé. Pero aun cuando eso fuera menos despreciable que esto otro, la manifestación actual de que debe hacerse todo por la juventud, de que las nuevas generaciones son las que cuentan, me parece un acto del más puro sentimentalismo. Y también es, dentro de lo razonable, una porción perfectamente natural de sentimiento. A toda la gente sana y normal le gusta ver cómo se divierten los jóvenes; pero si convertimos ese placer en Página 131
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