Porque soy catolico
un principio, nos convertiremos en unos sentimentales. Si deseamos que el mayor número de personas disfrute de la mayor felicidad, resultará evidente que ese mayor número, en un determinado momento, se encontrará más probablemente entre los veinticinco y los setenta años que entre los diecisiete y los veinticinco. El sacrificarlo todo por los jóvenes sería como trabajar exclusivamente para los ricos. Serían ellos la clase privilegiada, y el resto estaría formado por los esnobs o por los esclavos. Más aún, los jóvenes siempre dispondrán de una mayor cantidad de diversión incluso en las peores condiciones; por consiguiente, si queremos consolar al mundo, sería mucho más razonable consolar a los viejos. A esto le llamo yo enfrentarse a los hechos; y sigo creyendo en la mayoría de estas tradiciones porque son hechos. Podría ofrecer gran cantidad de ejemplos; entre ellos, la caballerosidad. Ésta no es la caballerosidad romántica sino la visión realista de los sexos. Y resulta tan realista que las razones reales que la apoyan no siempre pueden ponerse por escrito. Si estos supuestos librepensadores son sentimentales, los que se denominan «libreamadores» lo son también, y de forma abierta y evidente. Siempre podemos acusar a tales personas de sentimentalismo por su debilidad ante el eufemismo. La frase que suelen utilizar para referirse a las relaciones amorosas se ve siempre suavizada y utilizada en los comentarios periodísticos. Hablan, pues, de amor libre cuando quieren significar con tal expresión algo completamente diferente, y que quedaría mejor definido si se le llamase «libre lujuria». Pero como son unos sentimentales prefieren utilizar la palabra «amor». Insisten en hablar de control de natalidad cuando quieren decir menos nacimientos y ningún control. Lograríamos pulverizarlos si pudiéramos ser tan indecentes en nuestro lenguaje como ellos lo son en sus conclusiones. Y del mismo modo que sucede con la moral pasa con la religión. La extendida idea de que la ciencia establece el agnosticismo constituye una forma de mistificación producida por el hecho de hablar latín y griego en lugar de un inglés comprensible y claro. La ciencia es el latín para el conocimiento. El agnosticismo es el griego para la ignorancia. Y no está en modo alguno claro que la ignorancia sea el objetivo del conocimiento. Es la ignorancia, y no el conocimiento, la que produce la idea generalizada de que el librepensamiento debilita el teísmo. Y es el mundo real, el que podemos mirar con nuestros propios ojos, el que despliega un plan de cosas que encajan las unas en las otras. Solamente una vaga y remota leyenda pretendió explicar su existencia por el proceso automático de ese «encaje». De hecho los evolucionistas modernos, incluso cuando son darwinistas, no pretenden afirmar que su teoría explique la existencia de todas las variedades de especies y todas sus transformaciones. Aquellos que realmente saben están rescatando a Darwin a costa del darwinismo. Y son precisamente los que no saben quienes más dudan o niegan. Resulta típico que a su mito le llamen el «eslabón perdido». En realidad nada saben de sus propios argumentos, excepto que echan por tierra algo. Pero vale la pena preguntarse por qué son tantas las personas que se han dejado atrapar en esta leyenda. Página 132
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