Porque soy catolico
inmoral es la clase de mujer de la que jamás se cansa un hombre, empleó una frase tan infundada como perfectamente inútil. Todo el mundo sabe que un hombre puede hastiarse de toda una larga procesión de mujeres inmorales, especialmente si él es también inmoral. Eso era «un pensamiento». En las mentes estrechas siempre existió una vaga conexión entre el ingenio y el cinismo; por eso nunca le aplaudieron tanto por ingenioso como cuando decía algo cínico pero sin el menor ingenio. Sin embargo, cuando dijo: «Un cínico es un hombre que conoce el precio de todas las cosas y el valor de ninguna » [13] hizo una afirmación (de un modo perfectamente epigramático) que realmente quería decir algo. Pero eso hubiera significado su destronamiento inmediato si lo hubieran entendido quienes solamente lo habían entronizado por ser cínico. De todos modos, es en este mundo intelectual, con su abundancia de necios, sus pocos individuos ingeniosos y sus todavía más escasos sabios, en donde sigue perpetuándose un tipo de fermento de revolución y de negación. De ahí procede todo aquello a lo que se llama criticismo destructivo. Aunque, de hecho, el nuevo crítico sea generalmente destruido por el siguiente mucho antes de que haya tenido alguna oportunidad de destruir cualquier otra cosa. Cuando la gente dice solemnemente que el mundo se rebela por completo contra la religión, contra la propiedad privada, el patriotismo o el matrimonio, quieren decir que este mundo se encuentra en una rebelión permanente contra todo. Ahora bien, de hecho este mundo tiene una cierta excusa para mantenerse siempre en semejante estado de excitación. La razón para ello es bastante importante; y le rogaría a cualquiera que realmente quisiera pensar, que quisiera hacerlo de forma verdaderamente libre, que se detuviera por un momento a reconsiderarla. El tema surge del hecho de que estas personas se interesan mucho en el arte, y esto termina convirtiéndose en una gran equivocación, porque intentan transferir el tratamiento que hacen del arte al tratamiento de la moral y la filosofía. Y al obrar así cometen un grave error. Y es por ello, como ya he explicado, por lo que los intelectuales no se comportan de un modo muy intelectual. El arte existe, como ya dijimos en un principio, para mostrar la gloria de Dios; o para decirlo empleando los términos de la psicología moderna, para despertar y mantener vivo en el ser humano el sentimiento de lo maravilloso. El éxito de cualquier obra de arte se ha logrado cuando al referirnos a un objeto, ya sea un árbol, una nube o un ser humano decimos: «Lo he visto mil veces y, sin embargo, parece como si no lo hubiera visto antes». Pero para lograr tal efecto es natural, incluso necesario, que se produzca cierta variación en el escenario. Los artistas cambian lo que denominan «su ataque»; por eso su cometido, en cierto sentido, es hacer un ataque sorpresivo. Deben arrojar una nueva luz sobre las cosas; y no debemos sorprendernos si algunas veces se trata de un invisible rayo ultravioleta u otro que más bien se asemeja al negro rayo de la locura o de la muerte. Pero cuando el artista lleva ese experimento excéntrico del arte a la vida real, la cosa es completamente diferente. Es como si un escultor despistado se confundiese, y en vez de trabajar con Página 134
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