Porque soy catolico
luna no es más que una pamplina. Nos sentimos inclinados a aceptar gustosamente incluso una variación salvaje en el estilo de la decoración. Y a admirar al nuevo artista que quiera pintar la rosa de negro, para que nos olvidemos de que su natural color es rojo intenso, o el rayo de luna de color verde, para que nos demos cuenta de que así resulta mucho más sutil que si lo pintara de blanco. Pero la luna es la luna, y la rosa es la rosa, y no pretendemos alterar la realidad de las cosas. Ni hay razón alguna para esperar que se alteren las leyes que la rigen. Ni tampoco hay razón alguna, en lo que toca al tema que estamos tratando, para esperar que la mujer altere su actitud, la rosa altere su belleza o surjan complicaciones con el anillo de compromiso de que antes hablábamos. Estas cosas, consideradas como cosas reales, son totalmente inmunes a las variaciones del ataque artístico realizado sobre las cosas ficticias. La luna seguirá actuando sobre las mareas, tanto si la pintamos azul, verde o rosa con pintas escarlata. Y aquel que se imagine que las revoluciones artísticas deben afectar siempre a la moral se comportaría como el que dijera: «Estoy tan cansado de ver rosas de color rosa pintadas en las tapas de las cajas de bombones, que me niego a creer que puedan darse bien en un suelo arcilloso». En resumen, lo que los críticos de arte pudieran llamar romanticismo es, de hecho, la única forma de realismo; y es también la única forma de racionalismo. Cuanto más emplee el hombre su razón para ver la realidad, tanto más podrá ver que la realidad sigue siendo la misma aunque las representaciones de esa realidad sean muy diferentes. Solamente las representaciones son repeticiones; las sensaciones siempre son sinceras, y el individuo siempre será el individuo. Si una joven real está viviendo un romance igualmente real, está viviendo algo que ya es muy viejo pero que en modo alguno está anquilosado o es obsoleto. Si ella ha arrancado una flor de un rosal real, está sosteniendo en su mano un símbolo muy antiguo, pero la rosa es muy reciente. Y sucederá lo mismo en la medida en que el ser humano pueda limpiar su mente, de forma que pueda ver las cosas tal como son y, de ese modo, podrá comprobar lo importantes que son. Exactamente en la misma medida que si su mente se encuentra confundida con las modas o con las formas estéticas del momento, no será capaz de ver nada más que lo que se asemeja a lo que está pintado en la tapa de la bombonera, y no un auténtico cuadro de una galería de arte. Y sucederá lo mismo si piensa en la gente real, porque la encontrará realmente romántica. Y si sólo piensa en cuadros, poesías y estilos de decoración se limitará a juzgarlos; verá tan sólo a la gente como si estuvieran imitando a los cuadros, cuando las personas reales no están imitando a nadie, y son ellas mismas y siempre lo serán. Las rosas seguirán siendo radiantes y misteriosas, por mucho que se llenen de capullitos rosa los cursis empapelados de las habitaciones. El amor seguirá siendo un sentimiento radiante y misterioso, por más que se vea malinterpretado en los millares de poemitas y cantinelas de las tarjetas de San Valentín o de Navidad. Darse cuenta de este hecho es vivir en un mundo de hechos: pensar continuamente en la frivolidad de las tarjetas de San Valentín o de los papeles pintados es vivir en un mundo de ficción. Página 136
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