Porque soy catolico

E VII El artículo de siempre l editor de un periódico vespertino publicaba recientemente lo que anunciaba, e incluso haciendo apología de ello, como un «artículo inusual». Con cierta ansiedad se abstenía de expresar cualquier opinión sobre los terribles y peligrosos puntos de vista que el inusual artículo presentaba. Innecesario es decir que antes de que hubiese leído cinco líneas de este inusual artículo ya sabía que se trataba de una satisfactoria y clara muestra del artículo de siempre. En realidad era incluso una copia cuidadosa y correcta del artículo habitual; una clase de espécimen raro, como si una cosa pudiera ser inusualmente usual. Como es lógico ya había leído ese artículo anteriormente —me daba la impresión que miles y miles de veces— y siempre lo había encontrado idéntico. Pero en cierto modo, nunca antes me había parecido tan idéntico. Hay cosas de las que el mundo actual se muestra subconscientemente muy cansado. No se sabe muy bien qué cosas son ésas, porque por lo general llevan unos rótulos muy largos que las describen como el nuevo movimiento o el último descubrimiento. Por ejemplo, la gente se encuentra tan cansada del Estado socialista como si hubieran vivido en él durante mil años. Pero hay ciertas cosas en las que el aburrimiento se agudiza. Es algo que ahora está muy cerca de la superficie; y que de repente puede despertar en forma de suicidio, de asesinato o de desgarrar el periódico con los dientes. Eso es lo que pasa con este producto familiar, el Artículo de Siempre. No es sólo que sea demasiado usual, sino que se ha convertido en algo intolerable, insoportable, inaguantablemente usual. Se encuentra adecuadamente descrito como «El grito de una mujer a las iglesias » [15] . Y ruego que se advierta que, aunque soy persona de costumbres tranquilas y jamás he sido acusado de de ninguna dolencia de tipo femenino como pueda ser la histeria, sin embargo, si tuviera que leer ese artículo otras tres veces, gritaría. Y mi grito llevaría por título: «El grito de un hombre a los periódicos». Repetiré de forma rápida lo que la dama en cuestión gritaba, aunque el lector ya lo sepa de memoria. El mensaje de Cristo fue perfectamente «sencillo»: que la curación para todo es el Amor. Pero desde el momento en que le mataron (no sé muy bien por qué) por hacer esa afirmación, se le han erigido grandes templos; y unas personas horribles, llamadas sacerdotes, han ofrecido al mundo tan sólo «piedras, amuletos, fórmulas y dogmas». También «se peleaban continuamente entre ellos por cómo había que abrocharse un botón o cómo debería doblarse la rodilla». Todo esto no les facilitó mucho las cosas a los infelices cristianos quienes, aparentemente, deseaban que se les dijera que tenían que cumplir determinados deberes con el Página 139

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