Porque soy catolico

R VIII Por qué soy católico ecientemente se dedicó un importante artículo al Libro de la Nueva Oració n [17] , sin que en él se diga nada que resulte muy novedoso, ya que consiste básicamente en la enésima repetición de que el inglés corriente necesita una religión sin dogma (sea ésta cual fuere), y que los debates sobre temas eclesiásticos son enteramente estériles e innecesarios para ambas partes. Rápidamente, el autor del artículo se corrigió a sí mismo, al darse cuenta de que este comentario sobre «ambas partes» podía incluir cierta ligera concesión o consideración por nuestra parte. Así pues, aclaró que si bien es un error mostrarse dogmático, resulta esencial ser dogmáticamente protestante. También sugería que el inglés corriente (ese tipo de hombre tan pragmático) se encontraba plenamente convencido, a pesar de su antipatía hacia todas las diferencias religiosas, de que es vital para la religión mostrar su diferenciación del catolicismo. También se encuentra convencido (según se nos ha dicho) de que «Gran Bretaña es tan protestante como el océano es salado». Con todos mis respetos hacia el profundo protestantismo del señor Michael Arle n [18] , del señor Noel Coward [19] , o del último baile negro que se pueda exhibir en Mayfair, nos sentimos tentados de preguntar: ¿si la sal llegase a perder su sabor, con qué podremos salar el océano? Pero desde el momento en que podemos deducir de esta frase que tanto lord Beaverbroo k [20] como el señor James Douglas, el señor Hannen Swaffe r [21] y todos sus seguidores, constituyen un grupo de severos e inflexibles protestantes (y dado que sabemos que los protestantes son famosos por su estrecho y apasionado estudio de las Escrituras, libres de las intromisiones del Papa o de los clérigos) incluso podemos tomarnos la libertad de interpretar esa frase a la luz de un texto menos familiar. Es posible que al comparar el protestantismo con la sal del océano se sintieran un tanto obsesionados con el tenue recuerdo de otro pasaje en el que la misma Autoridad habla de una fuente sagrada de aguas vivas, de esa agua que otorga la vida, y que es la que realmente apaga la sed del hombre; una fuente que se diferencia de todas las demás porque quienes beben de estas últimas seguirán teniendo sed. Cosa que suele suceder a quienes prefieren beber agua salada. Tal vez esta sea una forma, en cierto modo provocativa, de que yo haga una declaración de mi convicción más profunda; pero, en todo caso, aduciré con todo respeto que la provocación procedió de los protestantes. Cuando el protestantismo afirma tranquilamente que rige a todas las almas, con el mismo espíritu marcial con que Gran Bretaña gobierna todos los mares, se puede replicar a ese argumento que la auténtica quintaesencia de esa sal se puede encontrar en mayor cantidad en el Mar Página 143

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