Porque soy catolico

Brook e [22] ; aquello no era protestantismo, salvo en un sentido muy negativo. E, incluso, en ese sentido él se mostraba flagrantemente contrario al protestantismo. Pongamos un ejemplo: el universalista no creía en el infierno, e insistía en decir que el cielo era un estado feliz de la mente, un «estado de ánimo». Pero tenía el suficiente buen sentido para ver que la mayoría de los humanos no viven ni mueren en un estado de la mente tan feliz como el que les asegura el cielo. Y si ese cielo no es más que un estado de ánimo, no lo es en una forma universal; y son muchas las personas que pasan por la vida en un estado de ánimo endiablado. Si todas esas personas iban a acceder al cielo, tan sólo por medio de la felicidad, estaba claro que había tenido que sucederles algo antes. Por lo cual el universalista creía en una evolución tras la muerte, algo que constituía inmediatamente un castigo e iluminación espiritual. Dicho de otro modo, creía en el purgatorio, aunque no creía en el infierno. Cierto o no, contradecía de modo evidente al protestante, que creía en el infierno aunque no en el purgatorio. El protestantismo, a lo largo de toda su historia, ha mantenido una guerra incesante sobre esta idea del purgatorio o de la evolución tras la muerte. He podido ver en la opinión mantenida por los católicos verdades más profundas en tres conceptos; verdades concernientes a la voluntad, la creación y el amor de Dios por la libertad. Pero incluso en un principio, cuando aún no pensaba en el catolicismo, no podía entender por qué tenía problemas con el protestantismo; cosa de la que siempre se dijo que era justo lo contrario de lo que se esperaba que dijera un liberal. En pocas palabras, descubrí que no existía ningún motivo para apegarse al credo protestante. Era pues, lisa y llanamente, la cuestión de si debería aferrarme a la disputa protestante. Y para mi mayor sorpresa descubrí que un gran número de mis camaradas liberales querían seguir manteniendo esa disputa aunque ya no profesasen el credo protestante. Yo no tengo razones para juzgarlos, pero he de confesar que tal conducta me parecía un tanto fea. Descubrir que has estado calumniando a alguien, y que te has negado a discutir con él y a modificar tu criterio para así continuar con la calumnia, me pareció, desde el principio, un comportamiento bastante mezquino. Por tanto me decidí a revisar, cuando menos, la institución calumniada en lo que pudiera tener de bueno y positivo, y a formularme una pregunta que se me antojaba evidente: ¿por qué mostraban los liberales una conducta tan poco liberal en esa cuestión? ¿Cuál era el verdadero significado de esa disputa, tan constante y tan poco consistente? Me llevó mucho tiempo dar respuesta a esas preguntas, y me habría de llevar mucho más recoger información. Pero, de todos modos, semejante preocupación me condujo finalmente a la única respuesta lógica, que se ve confirmada por todos los hechos de la vida; que aquello se odiaba, como no se podía odiar cosa alguna, simplemente porque era, en el auténtico sentido de la frase popular, como ninguna otra cosa que pudiera existir en el mundo. Apenas hay espacio aquí para indicar esa única cosa, entre otras mil que confirman el mismo hecho y confirman a los demás. Quisiera escoger un tema al azar, desde el cerdo a los fuegos artificiales, y mostrar cómo ilustra la verdad de la Página 146

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