Porque soy catolico

uniformidad y destruirá imperios y naciones por una sola palabra: así de convencida está de la idea de que su palabra es la Palabra de Dios. Y cuando de este modo está barriendo el mundo, llega a una región remota y bastante bárbara situada en los límites de Rusia; y allí se detiene súbitamente y sonríe de oreja a oreja; y les dice a sus habitantes que pueden profesar sin el menor problema las herejías más extrañas. Unas herejías tan extrañas, que probablemente son tan antiguas como la misma Iglesia de Roma, y que han de poseer forzosamente una entidad herética asimismo muy extraña. La Iglesia conoce bien las herejías que se refieren al sacrificio humano, al culto de los demonios, o a la práctica de perversiones. Por consiguiente bien podemos suponer que dice benévolamente a esos afortunados eslavos: «No hay el menor inconveniente en que adoréis a Belcebú o a Bafome t [29] , que recéis el Padrenuestro al revés; que sigáis bebiendo la sangre de los niños, incluso», y aquí la voz se les quiebra un momento, pero pronto recupera su tono en un esfuerzo de resolución generosa, «incluso, si queréis, podéis dejaros crecer la barba». En ese momento, supongo que tendremos que evocar las visiones más terribles de esos herejes, escondiéndose en lugares secretos, en cuevas embrujadas o en prados inaccesibles de magia negra, en donde les pueda crecer a gusto esa barba blasfema. Nadie se explica por qué se les ha de tratar con tanto mimo a esos europeos del este, o por qué un determinado número de pelos que crecen en las mejillas haya de verse con tanto desagrado. Probablemente se trate de un problema sobre el que no se puede hacer la más mínima pregunta a esa tiranía espiritual tan intolerante. ¿Se dará cuenta el lector de la desesperación que se abate sobre el desventurado periodista católico en tales momentos; o con qué resolución salvaje solicitará con una plegaria la intercesión de San Francisco de Sales ? [30] ¿Qué va a decir este hombre?, o ¿por dónde habrá de empezar aquella conflictiva frase? ¿Cómo podrá explicársele que un sacerdote casado es tan sólo materia de disciplina y no de doctrina; que, por consiguiente, se le puede permitir tal estado en su medio local sin por ello caer en herejía? ¿Cómo podrá hacérsele comprender semejante cosa cuando él considera que una barba es tan importante como una esposa y, por supuesto, mucho más importante que una religión falsa? ¿Qué sentido tendrá explicarle las peculiares circunstancias históricas que han llevado a preservar algunos hábitos locales en Kiev o en Varsovia, cuando el mencionado individuo puede sufrir un shock mortal en cualquier momento si ve a un franciscano con barba paseándose por Winbledon o por Walham Green? ¿Qué se puede esperar de la mentalidad de un individuo que puede pensar de nosotros de forma tan absurda como para suponer que podríamos horrorizarnos ante la herejía, y después mostrarnos débiles ante ella, y más tarde sentir un enorme horror por un poco de barba? ¿A qué le atribuye toda la necedad e inconsecuencia que asocia con nosotros? ¿Piensa acaso que nos dedicamos a jugar, a soñar, que estamos todos locos? ¿Qué es lo que piensa? Hasta que hayamos logrado saberlo, poco más podremos establecer. Página 150

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