Porque soy catolico

La idea de que él piensa simplemente que la Iglesia es pura contradicción y necedad no resulta muy coherente con la forma en que habla de ella en otros aspectos. Como cuando dice que se ha resistido a tales y tales cambios que, tal vez, él aprueba; o que ha hecho valer su influencia sobre tales y tales principios que a él, tal vez, le desagraden; o que ha prohibido aceptar tal doctrina, o se ha comprometido a defender tal otra. Pero nunca podré imaginarme lo que él piensa de los principios con los que la Iglesia puede aceptar o rechazar una doctrina. Y cuanto más tratamos de desentrañar el rompecabezas, con mayor fuerza sentimos que hay algo especial y hasta horripilante en todo ello. Es algo parecido a la vieja fábula de los cinco ciegos que trataban de hacerse una idea de cómo era un elefante; una fábula que solía contarse como algo absurdo. Pero que si fuera contada por Maeterlinck o por algún otro autor de su estilo haría estremecer el cuerpo de miedo y misterio. Porque el tema es, a la vez, muy evidente e invisible; muy público e impalpable; muy universal y muy secreto. Dicen mucho del tema y, al mismo tiempo, dicen muy poco. Ven mucho en él y, a la vez, muy poco. Hay como una especie de contradicción enorme, como la que sólo se podría concebir entre dimensiones diferentes, o distintos niveles de pensamiento, en la coexistencia de un hecho tan familiar y, al mismo tiempo, de una verdad tan profundamente desconocida. Además, que yo sepa sólo existe una combinación de palabras que logra expresar una paradoja histórica y humana tan grande. Y tales palabras nos suenan muy familiares y muy insondables: «La luz brilló en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron » [31] . Parte de la dificultad se debe indudablemente a esa curiosa forma que tiene tanta gente de preocuparse por el tema y, al mismo tiempo, de prejuzgarlo. Resulta sorprendente observar tanta ignorancia y tan poca indiferencia. Les encanta hablar de ello pero odian que les hablen de lo mismo. Se diría que odian especialmente hacer preguntas sobre el tema. Si, por ejemplo, un lector de Truth , en pleno Londres, se sintiera intrigado por el hecho de que Roma ha hecho una excepción con los uniatos, y aún más intrigado por esa excepción al celibato de los sacerdotes (omito las oscuras e inescrutables reflexiones que pudo hacerse sobre el tema de la barba), ¿no se le habría podido ocurrir acercarse a un cura católico o a algún seglar asimismo católico, y conseguir en cierta medida un poco de información sobre la importancia relativa de nuestro sistema de celibato o sobre la «herejía» de la barba? ¿No habría obtenido así una cierta visión del orden jerárquico de tales conceptos, lo que sin duda le habría impedido escribir la pasmosa partícula «y», o la palabra todavía más sorprendente «incluso»? Pero me inclino a sospechar que aunque se produjera semejante omisión, de carácter negativo como bien puede verse, existiría en todo el asunto algo más profundo que una simple negligencia. Me figuro que esta controvertida y curiosa actitud tiene más enjundia de lo que parece; el deseo de hacer preguntas retóricas y no preguntar cosas reales; el deseo de molestar con preguntas y no querer escuchar. Página 151

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