Porque soy catolico
estrictamente de los principios de Herbert Spencer, pensaríamos que sólo un individuo absolutamente fosilizado puede decir una cosa así. No obstante, Darwin y Spencer no solamente fueron contemporáneos sino camaradas y aliados. Y la biología darwiniana y la sociología spenceriana se ven como partes del mismo movimiento, un movimiento que nuestros abuelos admiraban como algo muy moderno. Incluso considerándolo a priori como materia de probabilidad parece bastante improbable que la ciencia de esa generación fuera más infalible que su ética o su política. Incluso en los principios que profesa sir Arthur, resultaría muy sorprendente que ahora no hubiera nada más que decir sobre el darwinismo que lo que él ha dicho. Pero no necesitamos remitirnos a esos principios ni a esas probabilidades. Podemos remitirnos a los hechos. Y sucede que sabemos algo sobre los hechos; y no parece que sir Arthur Keith sepa que nosotros sabemos. En un periódico católico se han publicado ciertas declaraciones sobre el darwinismo; declaraciones que el propio sir Arthur Keith no supo contradecir, y cuyos argumentos se demostraron absolutamente equivocados. Es probable que la historia sea ahora conocida de todos los lectores de aquel periódico, pero también es posible que nunca llegue al conocimiento de la mayoría de los periodistas; y es seguro que tampoco se hablará de ella en la mayoría de otros periódicos. Al referirse a esta controversia, el resto de los periódicos se muestran partidarios; y, por consiguiente, apoyan al líder del partido cuando publica la contradicción oficial. Por supuesto no permiten que el público se entere de la forma categórica en que fue rebatida dicha contradicción. Cuando el señor Belloc manifestó que estos darwinistas estaban muy atrasados e ignoraban la biología reciente, citaba entre muchas autoridades científicas de la actualidad al biólogo francés Vialleton que negaba la posibilidad de la selección natural en un caso concreto relacionado con reptiles y aves. Sir Arthur Keith, saliendo al rescate del señor H. G. Wells, y ansioso por demostrar que tanto él como el señor Wells no estaban atrasados ni desconocían la biología reciente, trató de contradecir de plano al señor Belloc. Dijo que en el libro de Vialleton no había tal manifestación. Con otras palabras, acusaba al señor Belloc de haber interpretado de forma equivocada el libro de Vialleton. Pero sucedió entonces, para asombro de todo el mundo y especialmente del señor Belloc, que sir Arthur Keith no tenía la menor idea de la existencia del mencionado libro; se estaba refiriendo solamente a una obra muy elemental que el autor había publicado hacía mucho tiempo. Y eso era lo único que había leído de Vialleton. Por lo que se refiere a la obra verdaderamente importante — de la cual, incluso yo, que soy persona que no pertenece en absoluto al mundo científico, había tenido al menos alguna noticia— carecía de la menor información. En resumen, la acusación de que los darwinistas estaban muy atrasados en sus informaciones quedó plena y absolutamente demostrada. Cuando ha sucedido una cosa como ésa y, sobre todo, cuando nos ha sucedido a nosotros, en las mismas páginas del periódico en el que escribo y a uno de mis Página 157
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