Porque soy catolico
L XIII Un pensamiento sencillo a mayoría de los humanos volverían a los viejos cauces de la fe y de la moral si lograran ampliar sus mentes lo suficiente como para poder hacerlo. Es su pobreza mental la que básicamente les mantiene en el camino de la negación. Pero semejante ampliación es fácilmente mal comprendida, porque la mente debe ampliarse para ver las cosas sencillas; o, incluso, para ver las cosas que son medio evidentes. Se necesita una cierta elasticidad de imaginación para ver las cosas obvias sobre un fondo asimismo obvio; y, de forma especial, las grandes cosas sobre un fondo igualmente grande. Siempre existe la clase de individuo que no logra ver otra cosa que no sea la manchita en la moqueta, de modo que incluso no logra ver la moqueta. Y eso llega a producir una irritación que puede magnificarse hasta el punto de convertirse en rebelión. Después está el individuo que solamente ve la moqueta, quizás porque se trata de una moqueta nueva. Este tipo de individuo es más humano, pero puede estar teñido de vanidad, y hasta de vulgaridad. Está también el individuo que sólo puede ver la habitación enmoquetada, y que tiende a aislarse lo más posible de muchas cosas y ambientes que no le son especialmente gratos, como, por ejemplo, el cuarto de los sirvientes. Por último tenemos al individuo de amplia imaginación que ya se encuentre sentado en la habitación enmoquetada, o incluso en la carbonera puede ver continuamente la línea del horizonte que se divisa allá al fondo sobre el cielo azul. Este tipo de persona, que sabe muy bien que el objetivo del tejado es tan sólo el de protegerle del sol, la lluvia o la nieve, y que la puerta de entrada de su casa le sirve principalmente para aislarlo del barro y la humedad, logra conocer mejor el conjunto de las razones que marcan el problema. Así pues, este individuo se dará cuenta mejor que el otro de que no debiera haber caído una mancha sobre la moqueta. Pero también sabrá, a diferencia de aquél, por qué hay allí una moqueta. Del mismo modo también verá la mota o la mancha caída sobre su tradición o su fe. Y no va a explicar su existencia de forma ingeniosa: en realidad, no la explicará de ningún modo. Por el contrario, la verá con sencillez, pero no por eso dejará de observarla detenidamente; y siempre contra el telón de fondo de cosas mucho mayores. Hará, por tanto, lo que sus críticos nunca llegarían a hacer: verá la cosa en su obviedad y hará por consiguiente las preguntas obvias. Cuanto más leo las modernas críticas a la religión, especialmente a mi propia religión, más me sorprendo de esta mezquina concentración y de esta incapacidad imaginativa para analizar el problema en su conjunto. Recientemente he estado leyendo un ataque moderado a las prácticas del catolicismo, procedente de Norteamérica, país en el que tales ataques y condenas distan mucho de ser moderadas. Dicha condena toma la forma, para decirlo Página 168
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