Porque soy catolico

llanamente, de un tropel de preguntas, a todas las cuales me gustaría contestar. Simplemente quisiera decir que soy plenamente consciente de las grandes cuestiones que no se preguntan, dejando a un lado las cuestiones de menor calado que sí se preguntan. Y sobre todo siento este sencillo y olvidado hecho: que si ciertos cargos que se hacen a los católicos son verdaderos, también resultan incuestionablemente ciertos con respecto a todos los demás. Nunca se les pasa por la cabeza a los críticos hacer algo tan sencillo como comparar lo que es católico con lo que es no-católico. Lo único que no parece habérseles pasado nunca por la cabeza es que cuando argumentan sobre lo que es la Iglesia, es la simple pregunta de cómo sería el mundo sin ella. Esto es lo que quiero decir por ser demasiado mezquino para ver esa casa llamada «iglesia» con el telón de fondo llamado «cosmos». Por ejemplo, el escritor del que hablo cae en la millonésima repetición mecánica de las acusaciones asimismo repetitivas. Dice que repetimos las oraciones y otras formas verbales sin reflexionar sobre ellas. Y es indudable que hay muchos simpatizantes que también dirán lo mismo que él, sin pararse un poco a pensar en el tema. Pero antes de que nos pongamos a explicar lo que realmente dice la Iglesia sobre esas cosas, o citar sus innumerables recomendaciones de atención y de vigilancia, o de exponer los motivos de las razonables excepciones que están permitidas por la Iglesia, existe una verdad sencilla y luminosa sobre toda la situación que cualquiera puede ver si lo hace con atención y abriendo bien los ojos. Y es el hecho evidente de que todas las formas humanas del discurso tienden a fosilizarse y a caer en el formalismo; y que la Iglesia se mantiene como único caso en la historia, no por hablar una lengua muerta entre lenguas vivas, sino por todo lo contrario: por haber preservado una lengua viva en un mundo de lenguas muertas. Cuando las voces del griego empezaron a formar parte del latín de la misa, ceremonia tan antigua como el propio cristianismo, pudo sorprender a algunos saber que había muchas personas que decían Kyrie eleison sabiendo muy bien lo que significaban esas palabras. En todo caso entendían el significado de lo que decían mejor de lo que quiere decir alguien que empieza una carta con un «estimado señor». Es ésa una fórmula muerta, y en tal sentido ha dejado de tener el menor significado. Eso es exactamente lo que los protestantes alegan de los ritos y de las formas papistas. Son fórmulas hechas de manera mecánica, ritual, y sin pensar en absoluto en lo que tal fórmula quiere decir. Cuando el señor Jones, empresario, utiliza esa fórmula con el señor Brown, banquero, no pretende decirle que ese señor Brown le sea una persona muy estimada, o que su corazón se llene de amor cristiano cuando le escribe; y lo hace en mucha mayor medida de lo que le sucede a un pobre ignorante papista cuando está asistiendo a misa. Ahora bien, la vida, la vida humana, la vida ordinaria, la vida amable y saludable está llena de todas esas fórmulas un tanto muertas y de protocolos carentes de significado. Y usted no va a librarse de ellas por Página 169

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA0OTIx