Porque soy catolico
balanceándose a la luz de la luna, diría inevitablemente: «!Pero si estamos en el siglo XX !». Por supuesto que, en sí misma, la aclaración carece de importancia. Es infinitamente menos importante que el hacer el signo de la cruz, puesto que a esto incluso le podrían conceder cierto significado sus enemigos. Pero el replicar a un fantasma diciéndole: «Estamos en el siglo XX » resulta tan absurdo como ver a alguien mientras comete un asesinato y decirle: «¡Pero si estamos en el segundo martes de agosto!». A pesar de ello, el periodista que por enésima vez escribió esas palabras en el relato de la revista mostraba tener cierta intención en su ilógica frase. En realidad se encuentra sometido a dos dogmas que no se atreve a cuestionar pero que tampoco es capaz de expresar. Estos dogmas son, primero: que la humanidad no deja de mejorar de forma permanente a lo largo del tiempo; segundo: que tal mejora consiste en que cada vez la sociedad muestra una mayor indiferencia e incredulidad hacia los temas milagrosos. Ninguna de estas dos manifestaciones puede probarse. De lo cual se deduce que la persona que las manifieste tampoco puede probarlas, porque ni siquiera le es posible manifestarlas. Y en la medida en que ambas pertenecen al orden de cosas que no pueden probarse, evidentemente pueden desaprobarse. Es cierto que han existido periodos históricos retrógrados, y también lo es que han existido civilizaciones muy organizadas y científicas que se sintieron muy atraídas por lo sobrenatural, como es el caso de los espiritualistas actuales. Pero, de todos modos, esos dos dogmas han de ser aceptados por autoridades competentes que certifiquen su veracidad, antes de que pueda tener el menor sentido la frase de Gorlias Fitzgorgon: «!Pero si estamos en el siglo XX !». Esa frase tiene una base filosófica, y la filosofía forma parte de la historia. Sin embargo nadie dice que la historia periodística sea propaganda. Nadie dice tampoco que esté filosofando porque contenga esa frase. No decimos que el autor haya sacado a relucir sus tendencias políticas. Tampoco decimos que vaya a apartarse de su postura para convertir su breve relato en una novela comprometida. A él tampoco le parece que se haya apartado de su camino. Su camino sigue cruzando directamente el bosque encantado; y sólo pretende que Gorlias diga lo que a él le parece que debe decir con delicadeza, en lo cual coincide conmigo. Ambos somos artistas y propagandistas en el mismo sentido; y en ese mismo sentido también somos antipropagandistas. La única diferencia que existe entre nosotros dos es que yo puedo defender mi dogma y él ni siquiera puede definir el suyo. Dicho con otras palabras: este mundo de hoy día ignora que todas las novelas y periódicos que se leen y escriben están de hecho plagados de ciertas suposiciones que son, justamente, tan dogmáticas como si fueran auténticos dogmas. Yo estoy de acuerdo con algunas de estas suposiciones como, por ejemplo, que el ideal de la igualdad humana se hallaba en todos los relatos románticos desde La Cenicienta hasta Oliver Twist; que los ricos están insultando a Dios al despreciar a los pobres. Sin embargo, con otros de esos supuestos no me muestro de acuerdo, como en esa Página 178
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