Porque soy catolico
efecto, ¿por qué razón?». Aunque quizás se pueda empezar a vislumbrar por qué ha de ser así, si se parte de la premisa de que, en efecto, tal es lo que sucede. Pero nuestro autor parece obviar, extrañamente, que el mismo contraste que invoca sirve para refutar su argumentación. Si es cierto que veinte años es la duración adecuada para cualquier movimiento, ¿qué clase de movimiento es entonces el que ha sido capaz de durar casi dos mil años? Si las modas no suelen durar más de lo que duró el impresionismo, ¿qué moda es ésa que se prolonga casi cincuenta veces más? ¿No es más lógico pensar que se trata de muy otra cosa que de una moda? Precisamente, llegados a este punto, vuelve a alzarse la primera de nuestras observaciones fundamentales, que consiste harto menos en el hecho de que lo observado sea capaz de perdurar, cuanto en el modo en que insiste en manifestarse. Si damos por buena la cronología propuesta por el poeta para este tipo de fenómenos, es cuando existe menos motivo de asombro en que uno solo de ellos lograra sobrevivir tanto tiempo. Y aún más sorprendente es no sólo el hecho de que sobreviva, sino que además se muestre capaz de renacer, y que lo haga precisamente con el vigor que el mismo poeta reconoce haber buscado en otras manifestaciones y haberse sentido frustrado al no hallarla en ningún lugar. Si lo que esperaba encontrar era una novedad, no se entiende por qué le es tan indiferente lo que tan inexplicablemente sigue pareciendo tan novedoso. Si la marea ha vuelto a bajar, ¿por qué no fijarse en la pleamar, que invariablemente retorna? En realidad, todo indica que, como tantos otros profetas paganos, el señor Yeats ha estado esperando la llegada de algo, pero que nunca esperó que acabaría recibiendo lo que le trajo la marea. Esperaba un temblor en el velo del templo, pero jamás imaginó que el velo del antiguo templo pudiera rasgarse. Esperaba que toda una época fuera capaz de plasmarse en un solo libro, pero nunca pensó que ese libro podía ser un misal. Sin embargo, es precisamente esto lo que ha acabado sucediendo, y no como fruto de la imaginación o detalle argumental, sino como acontecimiento político, real y práctico. La nación que su genio contribuyó a enriquecer se entregó con furia al enfrentamiento, el asesinato y el martirio. Vive Dios que se trata de una tragedia, pero también es innegable que esa tragedia se vio acompañada por una exaltación religiosa a menudo inseparable de los trágicos acontecimientos. No es posible ignorar que la revolución estuvo preñada de religión, ¿pero de qué religión se trataba? Nadie más que yo está dispuesto a admirar las creativas resurrecciones obradas por el señor Yeats con la hechicera ayuda de los cantos celtas. Pero no estoy muy seguro de que el nombre de mujer invocado en el fragor de la batalla fuera el de Deirdre, y me permito dudar que los Black and Tan hayan sentido vergüenza ante el retrato de Oisi n [2] al extremo de volverlo hacia la pared. Página 18
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