Porque soy catolico
hicieron de la riqueza su principal objetivo. Aquello que estaba muerto para el catolicismo constituía en realidad el nacimiento del capitalismo. Desde entonces no hemos tenido el estado de inconsistencia de ese hombre que habiendo hecho votos de pobreza se vuelve rico, sino más bien una consistencia sorprendente: la del hombre que tras hacer votos de riqueza se volviera más rico. Después de eso no hubo un detenerse en la carrera por lograr una ambición más o menos relativa, sino la creencia en cosas cada vez mayores. Cierto es que los reformadores no eran comunistas; se podría decir, dándole un giro al argumento, que los religiosos eran los comunistas. Pero el punto más significativo no es precisamente el comunismo, sino un cierto espíritu de comparación. El terrateniente inglés medra, mientras que es el pequeño propietario el que se va empobreciendo. Ambos fundamentan su orgullo en la propiedad de la tierra. Pero ese orgullo se basaba en poseer una gran propiedad, no en tener una mera propiedad. En el mismo sentido el comerciante inglés no se siente orgulloso de cuidar su único negocio, sino que basa su orgullo en el número de negocios que puede regentar. De ahí ha surgido toda la megalomanía mercantil de nuestros días, con la correspondiente transformación de los pequeños talleres en grandes empresas. Es la conclusión natural del movimiento de transformación de los oficios en gremios. Pero su génesis fue el cambio de un ideal de humildad, en el que muchos fracasaron, a un ideal de orgullo en el que (por su propia naturaleza) sólo unos pocos triunfaron. En este sentido podemos estar de acuerdo con el corresponsal del periódico en su afirmación de que los reformadores no eran revolucionarios. Podemos afirmar, pues, con toda la dignidad que requiere el caso, que no eran bolcheviques. Podemos absolver a todos los Cranmers y Cronwells de todo deseo de querer alzar en armas al proletariado. Podemos limpiar los honorables nombres de Burleigh y Bacon de la mácula de mantener cualquier tipo de peligrosa simpatía con los pobres. La marca distintiva de los reformadores consistía en un profundo respeto por los poderes actuales, e incluso un respeto todavía más intenso por la riqueza que podía conseguirse; y a todo ello habría que añadir una reverencia insondable por la riqueza a la que podrían acceder. Ciertas personas participan de ese espíritu y lo consideran como la base más sólida de un gobierno estable; pero eso es algo que no vamos a discutir aquí. Sin embargo convendría decir, hablando en términos generales, que tal disposición es lo que se considera como respetabilidad por todos aquellos que no tienen otra cosa que respetar. Evidentemente, nadie llegaría a confundir eso con una revolución. Pero la dimensión de su importancia histórica podría estudiarse de otro modo, quizás más o menos favorable a los reformadores. El capitalismo no solamente era algo sólido, sino que en cierto modo resultaba cándido. Estableció una clase social a la que había que venerar de modo abierto y sincero debido a la riqueza que poseía. En esto radicaba el contraste real entre este sistema y el viejo orden medieval. La riqueza de aquellos tiempos se debía a los abusos de abades y de monjes; era la costumbre en los comerciantes y en los señores. El abad avaricioso violaba sus Página 183
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