Porque soy catolico
E XVIII ¿Quiénes son los conspiradores? l otro día me encontré, más o menos indirectamente, con una dama de pretensiones educadas, incluso elegantes, de esa clase a las que sus enemigos tachan de lujosas y sus amigos de cultas, que casualmente mencionó una pequeña población de la zona occidental del país; al citarla hizo una especie de susurrante comentario que venía a decir: «Ese nido de católicos romanos». La mencionada señora se refería a una familia, a la que precisamente yo conocía, y de la que dijo, dotando a su voz con un claro tono de condena: «Sólo Dios sabe lo que se dirá y lo que se hará de puertas adentro de esa casa». Al oír tan estimulante comentario vino a mi memoria el recuerdo de la mencionada familia; un recuerdo que estaba directamente unido a los macarrones y a una jovencita que estaba firmemente convencida de que yo podía comer una enorme cantidad de semejante pasta italiana. Tras contrastar dicho recuerdo con la visión que se me acababa de ofrecer de semejante familia me quedé profundamente impresionado al comprobar qué gran abismo puede separarnos del resto de nuestros conciudadanos; qué sorprendentes ideas se pueden hacer de nosotros personas que andan por el mundo sin vigilantes ni camisas de fuerza, y que en todos los aspectos nos parecen personas cuerdas. Indiscutiblemente es una gran verdad, incluso en el ámbito teológico, que sólo Dios sabe lo que puede ocurrir en un hogar católico; del mismo modo que sólo Dios sabe también lo que puede pasar por la cabeza de un protestante. Ignoro la razón por la que las puertas de las casas de los católicos debieran estar más cerradas que las de otros hogares. En realidad las puertas de esas casas, pertenezcan sus propietarios a la ideología que pertenezcan, suelen cerrarse por la noche, dependiendo en ciertos casos de la climatología o de los gustos y costumbres de sus dueños. Pero incluso aquellos a los que les resultaría difícil creer que cualquier católico corriente y moliente es un elemento tan extraño que suele encerrarse a cal y canto en la sala de su casa nada más entrar en ella pueden albergar ideas muy sospechas sobre lo que llegue a pensar un católico; unas ideas que jamás tendría sobre un calvinista metodista o, incluso, un miembro de la fraternidad de Plymouth . [63] Todavía recae sobre nosotros un olor a legendaria mala fama, como si todos los católicos fuéramos conspiradores o elementos muy peligrosos. Y el hecho realmente curioso es que podemos encontrar esta absurda y melodramática idea en personas educadas. La gente sigue teniendo de nosotros esa concepción tan imaginativa de que somos menos normales de lo que en realidad somos. Naturalmente, la argumentación empleada es algo verdaderamente cansino y con lo que ya nos hemos familiarizado en muchos otros aspectos. El argumento utilizado es Página 189
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