Porque soy catolico
costumbre de negar con la cabeza o encogernos de hombros jurando que no sabemos nada de la fe que pretendemos divulgar. Supongamos también que nuestra veneración por la dignidad de San Pedro se debiera tan sólo a que veneramos las negaciones hechas por ese apóstol, y que empleamos esa divisa o contraseña para jurar que no conocíamos a Cristo. Sin embargo, ésa fue la política seguida por un movimiento norteamericano dedicado a destruir la ciudadanía de los católicos. Supongamos que la Mafia y todas las asociaciones criminales secretas del continente hubieran trabajado de forma notoria del lado de los católicos, en lugar de estar en contra de ellos. ¿Qué hubiera pasado? ¿No se habrían enfurecido todos, presa de la mayor indignación, anunciando al mundo entero nuestra conducta inmoral y la traición que estábamos cometiendo, que jamás debería ser olvidada? Sin embargo estos hechos han venido sucediendo intermitentemente hasta nuestros días en todas las instituciones que se precian de ser anticatólicas; y, no obstante, nadie se molestó en decir una sola palabra. Debe ser nuestra forma jesuítica de obrar, consistente en atrevernos a mirar de frente cuando los demás se limitan a cometer fechorías. Resumiendo, lo que no hace mucho dije sobre la intolerancia es todavía más cierto si hablamos del secretismo. Hasta el presente, si hay algo que se pueda considerar mezquino los juicios de Dayton, en Tennessee, lo fueron mucho más que los que se pudieron celebrar en Lovaina o en Roma. Y del mismo modo, si ha habido hasta ahora algo que se pueda considerar propio de mascaradas habría que imputárselo mejor al Ku-Klux-Klan que a los jesuitas. Además, esta forma protestante de obrar es propia de un melodrama pasado de moda, y por partida doble. Es anticuada en lo que se refiere a los complots que se nos atribuyen, y en los que realmente ellos hacen. Con referencia a esto último, es probable que todo el mundo se entere de esos hechos mucho antes que ellos. Pongamos el caso de los grupos anticlericales que celebraban las patrañas de Cagliostr o [66] , considerándolo un gran médium, y que seguirán abriendo la boca estúpidamente ante misterios falsificados mucho después de que todo el mundo sepa la realidad del asunto. Y por lo que se refiere a la sociedad americana, y pese al buen sentido de humor que tiene un amplio sector de la misma, todavía quedan muchos que siguen soñando con sandeces, ya sean del «tipo nórdico» o no, cuando el resto de la gente hace largo tiempo que se desentendió del tema. En lo tocante al lado político del poder que pudieran tener semejantes conspiraciones, quedó prácticamente eliminado en ambos continentes. En Italia, por los fascistas, y en Norteamérica por un grupo de gobernadores, de ambos partidos, razonables y conscientes del bien público. Pero el punto del interés histórico todavía subsiste: que fue esa misma gente que nos acusaba de enmascaramientos y misterios la que precisamente enmarcaba sus actividades seculares con mascaradas y misterios infinitamente mayores; esas gentes que careciendo de la necesaria hombría para combatir los antiguos rituales con la apariencia de simplicidad republicana, se Página 191
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