Porque soy catolico
T XIX El sombrero y el halo al vez resulte poco generoso por nuestra parte referirnos nuevamente al fiasco sufrido por el infortunado obispo de Birmingha m [67] cuando se exhibió sobre el tema de San Francisco. El hecho de que no fuera capaz de contenerse en sus ataques a un ser por el que tantos librepensadores habían mostrado afecto y respeto nos da una clara idea de hasta qué punto puede llegar el sectarismo. Pero es el tono del ataque el que suscita una cuestión todavía más interesante. Se puede calificar sin problemas como un tema de sentimiento. Sin embargo el tema entraña la cuestión de cuáles son las cosas profundas de la vida y cuáles las superficiales; qué es lo central y qué es lo externo. Y resulta innecesario decir que las personas como el obispo suelen confundirlas sistemáticamente. Por ejemplo, dijo algo sobre que la gente ve a San Francisco con un halo de falso sentimentalismo. No estoy muy seguro de lo que dijo y hasta dudo de si sabría lo que quería decir. En el caso de que la testa del obispo exhibiera un halo, debería ser más parecido a una especie de densa bruma. Pero, en cualquier caso, lo que él quería manifestar sobre el culto a San Francisco es que se trataba de algo superficial e irrelevante, una brumosa distracción o un elemento distorsionante, algo que le fue añadido al santo mucho tiempo después de su muerte. Mientras que lo que se refería al San Francisco real era algo muy distinto, algo que resultaría decididamente repulsivo a toda persona refinada. Bueno, ya vemos que el pobre obispo tomaba el rábano por las hojas en todo aquello que se refería al santo; y cuanto decía sobre el santo real, incluso ateniéndose a un sentido histórico, quedaba rápidamente explicitado. Pero hay algo en todo este asunto que me interesa más que la mera anécdota. Y se trata de esa curiosa treta de poner todo patas arriba, de manera que las cosas que son verdaderamente importantes se conviertan en superficiales, y éstas se transformen en lo esencial. El alma más recóndita de San Francisco no es, pues, más que una nebulosa de falsos sentimientos; sin embargo, los accidentes de su marco histórico, tal como los ve la gente que carece de todo sentido histórico, constituyen el terrible secreto de su alma. Según este tipo de críticas, San Francisco tenía un alma grande que no constituía más que la envoltura de un cuerpo miserable. Es asunto puramente sentimental considerar lo que él pudiera sentir; pero es algo verdaderamente real considerar lo que él parecía. O, mejor aún, es realista considerar lo que él hubiera parecido a la gente bien vestida de Birmingham que nunca le vio; o al sastre de moda de Bond Street que nunca tuvo la oportunidad de hacerle todo un conjunto de trajes. El crítico nos dice lo que cualquier hipotético esnob de nuestro tiempo habría pensado de ese Página 193
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA0OTIx