Porque soy catolico

santo al que nunca llegó a ver; y que precisamente eso es la auténtica realidad del santo. Podríamos decirle lo que éste hubiera pensado de ese esnob (y seguramente esos pensamientos estarían llenos de la delicada y espontánea ternura que él mostraba hacia todas las pequeñas criaturas desamparadas), pero eso no es más que un sentimiento sobre San Francisco. Lo que él pudiera sentir hacia todas las criaturas no es más que una añadidura engañosa y artificial de su carácter. Pero lo que tal vez pudieran pensar de él la mayoría de aquellas criaturas menos imaginativas y más limitadas; o incluso lo que pudieran pensar de su ropa o de sus pobres comidas, eso y tan sólo eso es, por lo que se ve, la única realidad. Cuando los admiradores de San Francisco —que se pueden contar por millares, ya sean protestantes, agnósticos o católicos— dicen que admiran a ese gran hombre están refiriéndose a que sienten admiración por su mente, por su afectuosidad, por su delicadeza y sus opiniones. Quieren decir que, como sucede con cualquier otro gran poeta, él les hizo ver el mundo de una determinada manera; y que esa forma de contemplar el mundo desde su punto de vista es mucho más inspiradora y comprensiva. Pero cuando el obispo les dice que no conocen los hechos de San Francisco, no quiere decir que el santo tenga una visión del mundo o una opinión particular y diferente. Lo que quiere decir es que San Francisco no disponía de agua corriente, caliente y fría, en su cuarto de baño; que no se ponía una camisa limpia y bien planchada todos los días; que no mandaba su ropa interior a la tintorería más prestigiosa de Birmingham todas las semanas; que no se limpiaba los zapatos con crema, no se perfumaba la ropa, etc. Y eso es lo que el señor obispo llama la verdad de San Francisco. Todo lo demás, incluyendo lo que el santo pudo hacer, no es más que un barrunto confuso de sentimentalismo. Éste es el profundo problema que hemos querido ilustrar con esta simple anécdota. ¿Cómo podríamos hacer comprender a esas personas tan superficiales que no nos estamos dejando llevar por el sentimentalismo hacia San Francisco; que no estamos haciendo de él un retrato elegante y poético; que no estamos como cabras cuando hablamos así de él; que simplemente nos limitamos a exponer la figura de San Francisco? Estamos presentando una mente admirable; de la misma manera que Platón podría hacerlo, ya se tratara de su propia mente o de la de cualquier otro. No pensamos sobre el obispo Barnes y sus tonterías de modo distinto a como pensaría cualquier platónico de las bromas que se pudieran hacer sobre Aristófanes o Sócrates. Tal vez hubiera personas que vieran esa mente a través de una bruma de falsos sentimientos; tal vez lo hicieran con un entusiasmo exagerado; como aquellos herejes que hicieron de San Francisco un personaje más importante que Cristo, y fundador de un nuevo orden. Pero incluso esos fanáticos se parecían más a los filósofos que ese caballero que se contenta con decir, ya sea sobre un santo o sobre un falso dios, que las lavanderías a las que solía llevar su ropa blanca no eran precisamente de la mejor calidad. La cosa, resumiendo, queda ya bastante clara. Hemos de ser nosotros los que debemos pensar sobre el auténtico Francesco Bernadone, incluso sobre ese realista Página 194

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA0OTIx