Porque soy catolico

como un ser falible cuando se trata de sus rivales, pero que después lo invocan como una autoridad infalible cuando se trata de sus seguidores; personas que rechazan los textos sagrados que no convienen a su forma de pensar dogmática, y que después hablan con entusiasmo de aquellos otros que les convienen; que interpretan muy críticamente a casi todo cuanto dice y que después se arrastran ante un ideal empalagoso e impropio de hombres, malinterpretando lo poco que queda de sus palabras. Si hubiera una escuela o institución que criticase de esa manera a un personaje histórico, admitiríamos que prefiriesen no llegar a un enfrentamiento directo con él, sino que más bien lo rodearan con un «halo de falso sentimiento». He aquí la distinción fundamental. Al menos nosotros no admitimos que el sentimiento sea sustituto de una declaración; y todavía menos lo consideramos una contradicción de algo que afirmamos. Puede haber expresiones devocionales que resulten emotivas, y hasta exageradamente emotivas, pero que no llegan a distorsionar en realidad ninguna definición puramente intelectual. Pero en el caso de quienes nos critican la confusión se encuentra en su intelecto. No proclamamos que todas nuestras expresiones, ya sean pictóricas o poéticas, resulten adecuadas; pero el fallo se encuentra en la ejecución y no en el concepto que representan. Y existen conceptos que no son confusos. No decimos que cualquier muñeca pintada de azul y blanco constituya un símbolo perfecto de la Madre de Dios. Pero afirmamos que es menos contradictorio que la afirmación de que no existe el pecado original, y que más tarde se diga que es una manifestación mariolátrica el afirmar que no hay pecado original en María. No pretendemos admirar los ángeles de cera o las criaturitas de madera que ornamentan la mesa de la comunión. Pero no nos duelen prendas al afirmar que eso es menos dañino al ámbito intelectual que el hecho de que un obispo sugiera que el Huésped que allí se encuentra puede ser la Presencia divina, y que, sin embargo, los curas de la Iglesia anglicana traten de pasarla por alto. No nos hacemos ilusiones sobre la calidad literaria de un buen número de himnos religiosos de nuestro breviario, o de cualquier otro libro de himnos. Pero aducimos modestamente que si bien los versos que allí figuran son malos, no son ninguna tontería. Decir que creemos en un Dios personal, en una inmortalidad asimismo personal, en un amor divino que se extiende a todos los seres por ínfimos o perversos que puedan ser, y que todo eso se puede hacer sin la existencia de «un credo», sí es una necedad. Y estamos seguros de que cualquier agnóstico o ateo que se encuentre en su sano juicio también estaría de acuerdo en que es una necedad. Tanto la literatura como el arte devocionales no suelen tener una gran calidad; a veces porque la emoción sentida es demasiado real y demasiado fuerte; algo parecido a lo que sucede con las cartas de amor de hombres sabios, que más se parecen a las escritas por un loco. Otras veces esas carencias se deben a una auténtica limitación de la capacidad creativa del autor; pero jamás a un teórico rechazo de la razón, como sucede con los pragmáticos o con las tres cuartas partes de los modernistas. Y lo mismo cabe decir de que una simple distorsión emocional de los hechos haya podido influir en el concepto que la Página 196

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