Porque soy catolico

Q XX Sobre dos alegorías uizás fuera lo más justo afirmar que la iconoclastia moderna debiera aplicarse a los antiguos iconoclastas, y especialmente a los grandes puritanos, aquellos rompedores de ídolos que, durante tanto tiempo, fueron asimismo ídolos. El señor Belloc estuvo no hace mucho golpeando la estatua que en el Parlamento tiene Cronwell, con un martillete sumamente científico. Y en cuanto al señor Noye s [68] ha atacado de forma súbita la imagen de Bunya n [69] con algo más fuerte que una simple almádena. Confieso que en este último caso la cosa me pareció excesiva. No diré nada peor de Bunyan que lo que podría decir de muchos otros escritores clásicos; es decir, que es más conocido por sus mejores pasajes; y que muchos de los que presumen de conocerlo bien quedarían profundamente sorprendidos si leyeran aquellos otros fragmentos suyos que son francamente malos. Pero eso no es específico de Bunyan; y a este respecto me remito a lo que ya dije hace algunos años. Se puede hacer un estudio equilibrado y justo de la cultura y de las creencias si se compara el «Peregrinaje de los Cristianos» con el peregrinaje de Piers Plowman . [70] La alegoría puritana es mucho más clara (aunque no siempre lo sea) que la desconcertante miscelánea medieval. La alegoría puritana es más nacional, y en lo que se refiere al lenguaje y al estilo resultan obviamente más claros y comprensibles. Pero resulta mucho más pobre que la alegoría medieval. Piers Plowman trata de la muerte y de la resurrección de toda una sociedad en la que sus miembros se hallan totalmente unidos. En la última de las dos obras, el cisma ha «aislado al espíritu»; y en ella hay puro individualismo, por no calificarlo de simple terrorismo. Pero ahora diré tan sólo lo que ya dije antes: No quisiera dañar la estatua de John Bunyan que se encuentra en Bedford, y que se eleva mirando (en más de un sentido simbólico) hacia el lugar en el que estuvo preso. Pero quisiera que también hubiera una estatua de John Langlan d [71] elevándose con aspecto más natural desde las colinas de Malvern, y mirando a toda Inglaterra. Pero hay un aspecto intelectual de este debate por el que me siento muy interesado. El señor James Dougla s [72] , que en cierta ocasión se me presentó como representante de la verdad protestante y que, ciertamente, constituye un representante de esa tradición, replicó al señor Alfred Noyes de una forma muy característica del estado actual de esa tradición. Le dijo que deberíamos admirar el genio literario de Bunyan sin tomar en cuenta para nada su obsoleta teología. Y aún añadió una comparación que me pareció muy provocadora; pues aseguró que, después de todo, eso es lo que hacemos cuando admiramos el genio de Dante y no lo hacemos con su obsoleta teología. Ahora bien, es necesario que hagamos aquí una distinción, si la Página 198

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA0OTIx