Porque soy catolico

desdeñar sin más sus entusiasmos alegando que son manifestaciones de una antigua nostalgia. Podría aducir, desde luego, muchos otros ejemplos, pero a efectos de este resumen bastará con recordar que actualmente no sólo hay movimientos, sino que además las cosas se mueven en nuestro entorno. Me abstengo deliberadamente de ponderar aquellos asuntos que han sido más de mi incumbencia o de la de mi hermano y muchos de mis amigos, y que hace veinte años el señor Belloc sostenía en Inglaterra en la más absoluta soledad. El señor Belloc y mi hermano no eran lo que se dice enfermizos reaccionarios estéticos en busca de sosiego y paz entre las ruinas del pasado. El distributismo que predicaron está cobrando cuerpo en partidos políticos de toda Europa. Pero a diferencia de Inglaterra, en Europa este movimiento tiene raíces más antiguas, la más gloriosa de las cuales, Dios mediante, encarna sin lugar a dudas en el gran papa León XIII. Me limito aquí a anotar sumariamente los sucesos actuales, para que se vea que están inscritos en un continuo que claramente apunta al pasado. No es cierto, como pretenden los relatos racionalistas, que la ortodoxia haya ido envejeciendo lentamente a lo largo de la historia. Es más bien la herejía la que se ha vuelto vieja de repente. La Reforma envejeció con sorprendente rapidez, mientras que la Contrarreforma, en cambio, rejuvenecía. En Inglaterra sorprende comprobar lo rápido que el puritanismo se transformó en paganismo, y quizás, en última instancia, en fariseísmo. También sorprende constatar cuán fácilmente los puritanos se convirtieron en whigs. A finales del siglo XVII , la política en Inglaterra había perdido todo su vigor y se había reducido a un acartonado cinismo, tan viejo y enjuto casi como los ceremoniales chinos. El ardor y aun la impaciencia juveniles había que buscarlos en la Contrarreforma. En las personalidades católicas de los siglos XVI y XVII es donde encontramos el espíritu más enérgico y, en el único sentido noble de la palabra, más novedoso. Una personalidad como Santa Teresa era auténticamente reformadora, alguien como Bossuet se atrevía a desafiar, figuras como Pascal y Suárez inquirían y especulaban. El contraataque era lo más parecido a una carga de viejos lanceros de la caballería. De hecho, es una comparación muy útil para lo que nos interesa demostrar. Estoy convencido de que esa renovación, que ciertamente se ha producido en nuestra época, como también se produjo en otra tan reciente como la de la Reforma, es un fenómeno que no ha dejado de producirse a lo largo de la historia del cristianismo. Si aplicamos el mismo principio y volvemos la vista atrás, es posible citar al menos dos ejemplos entre los que sospecho más de una afinidad: los casos del islam y el arrianismo. La Iglesia ha tenido una infinidad de oportunidades de morir, incluso de ser dignamente enterrada, pero cada nueva generación se ha dedicado pertinazmente a llamar a la puerta. Es más, siempre ha llamado con renovadas fuerzas cuando se ha tratado no de la puerta, sino de la tapa del ataúd donde habían sido prematuramente depositados sus restos. Tanto el islam como el arrianismo fueron tentativas de ampliar las bases mediante un teísmo razonable y simple, apoyado el Página 20

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