Porque soy catolico

D XXI Las supersticiones protestantes escubriremos que en aquel delicioso juego de adivinanzas que tanta inocente distracción proporcionó a muchas familias católicas, en aquel juego que consistía en adivinar en qué línea exacta de un artículo aparecía una determinada palabra, el deán de San Pablo introdujo el término «antídoto del Anticristo». También había otro, el del «complot papista descubierto», que era uno de nuestros juegos de salón que mucho me entretuvo hace algún tiempo como sustituto del crucigrama. Fue por entonces cuando hallé un ejemplo muy afortunado: iba a escribir «familias católicas», y por la influencia de las asociaciones escribí «hogares católicos». Imagino que el deán piensa que incluso en esta época del año mantenemos encendidas nuestras chimeneas hogareñas, como un fuego de Vest a [76] , en permanente espera de volver a prender las hogueras de Smithfield . [77] En cualquier caso esta clase de juegos de habilidad o crucigramas raramente resulta decepcionante. El deán ya ha debido haber intentado un centenar de maneras que puedan llevarle a su amado tema; e, incluso, a ocultarlo, como si se tratase de una batería artillera camuflada, hasta que llegue el momento propicio de descargar toda una furiosa andanada. Después el crucigrama deja de ser un rompecabezas, aunque los interrogantes sigan mostrándose bastante patentes; en especial los que están dedicados al gran proceso histórico de borrar la Cruz. En el caso de este artículo concreto, el lector tendrá que esperar hasta el final para descubrir su esencia real, perdida en un auténtico laberinto de palabras. Creo que se trataba de un artículo sobre las supersticiones; y tratándose de un artículo periodístico de estilo moderno, era obvio que estuviera dedicado a discutir el tema de la superstición sin entrar a definirla. En un artículo tan brillante como ése el autor se ve obligado a dejar muy claro que no le gustan ese tipo de cosas. Hay algunas de ellas que a mí tampoco me gustan. Pero un escritor de esta clase no se muestra razonable ni siquiera cuando tiene razón. Un individuo así debiera disponer de objeciones un poco más filosóficas para atacar las historias de mala suerte calificándolas sencillamente de credulidad. Del mismo modo que debiera disponerse de objeciones más filosóficas a la misa que la de calificarla sencillamente de acto mágico. No se puede refutar a los espiritualistas diciendo tan solo que creen en los espíritus; como tampoco se puede refutar a los deístas demostrando que creen en la divinidad. Credo, creencia y credulidad son palabras que tienen un mismo origen y se pueden emplear de múltiples formas. Pero cuando una persona asume la postura absurda de creer lo que cualquier otro pueda creer, ante todo quisiéramos saber en qué cree, cuáles son los principios en los que cree; y, sobre todo, en qué cosas no cree. En el artículo de Página 202

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