Porque soy catolico

Consideremos por un momento todo este asunto como lo haría un filósofo; es decir, en un ámbito universal que esté por encima de todas las supersticiones locales, como la del deán. Es evidente que para las personas razonables hay tres o cuatro escuelas filosóficas o interpretaciones de la vida; y que en gran medida dichas filosofías se encardinan en grandes religiones, o en el amplio sector de la irreligión. Están los ateos, los materialistas, monistas o como quieran llamarse, que creen que en definitiva todo es material, y que todo lo material es mecánico. Sin lugar a dudas se trata de una interpretación de la vida; no es muy brillante ni estimulante pero en todo caso es una interpretación en la que se pueden encajar muchos acontecimientos de la existencia. Después está el hombre corriente con su religión natural que acepta la idea general de que el mundo tiene un diseño y, por consiguiente, un diseñador; pero que siente que tal Arquitecto del Universo es un ser inescrutable y remoto, tan remoto para los hombres como para los microbios. Esa clase de teísmo es perfectamente cuerdo y, en realidad, constituye el antiguo fundamento de la sólida, aunque un tanto anquilosada, cordura del islam. Hay también otro tipo de persona que cree que la carga de la vida es tan pesada que desea renunciar a todos los deseos y a todas las divisiones, y reunirse con una especie de unidad espiritual y de paz de la cual (según él piensa) nuestros yoes nunca debieron separarse. Ésta es la forma en que interpretan la existencia los budistas y muchos otros metafísicos y místicos. Hay una cuarta clase de personas, a las que a veces se las llama místicos aunque con más propiedad debería calificarse de poetas, y que en la práctica se les llamaría «paganos». Su punto de vista es el siguiente: vivimos en un mundo crepuscular que no sabemos en donde termina. No sabemos mucho de monoteísmo ni tampoco de monismo. Puede haber una zona fronteriza, un mundo que esté más allá del que conocemos, pero del que sólo percibimos vislumbres cuando nos llegan. Podemos encontrarnos con una ninfa en el bosque, o bien podemos ver hadas en las montañas. No sabemos lo suficiente sobre el mundo natural como para que neguemos la existencia del preternatural. Tal fue, en la Antigüedad, el aspecto más saludable del paganismo. Y ése es, en la actualidad, la parte racional de espiritualismo. Todas estas interpretaciones son igualmente posibles dentro de un contexto general. Y todavía nos queda una quinta interpretación, que es, como mínimo, igualmente posible, si bien ciertamente más positiva. La esencia de esta última posición queda bien expresada en un poemita muy hermoso que escribió M. Cammaert sobre las campánulas: Le ciel est tombé par terre. El Cielo ha descendido al mundo de la materia; el supremo poder espiritual actúa ahora a través de la maquinaria de lo material, operando de forma milagrosa en los cuerpos y en las almas de los seres humanos. Bendice los cinco sentidos; del mismo modo que los sentidos de un bebé quedan bendecidos con el bautismo católico. Incluso bendice los dones y recuerdos materiales, como pueden ser las reliquias o los rosarios. Actúa a través del agua o del aceite, del pan o del vino. Ahora bien, esta clase de materialismo místico puede agradar o disgustar al deán, o a Página 204

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