Porque soy catolico

una defensa de la cobardía. Pero se trata de esa clase de defensa que hemos oído mencionar mil veces durante la reacción vivida tras la guerra. Y el valor al que se hace referencia es tan grande como el que se emplea al mencionar cualquier otra cita sobada y convencional del momento; una tontería como la de referirse al matrimonio como algo absurdo o hablar de la atractiva personalidad de Judas Iscariote. Todas estas cosas se han convertido en tópicos que siguen pretendiendo ser muy valientes. Algo tan falso como esos soldados que siguen pavoneándose en sus uniformes cuando la guerra ya ha terminado. La Iglesia católica, como guardiana de todos los valores, también guarda y protege el valor de las palabras. Espero que sus fieles no caigan en esta estupidez tan convencional y cómoda. No es necesario que los católicos actuales tengan necesidad de demostrar ahora el valor que implicaba el serlo en otros tiempos. Ciertamente se necesitaba valor cuando el ser católico era motivo para que te pudieran agredir o matar. Hasta se necesitaba valor cuando se corría el peligro de que te pudiera aplastar una multitud enardecida. Pero incluso esas situaciones las contempla ahora nuestra sutil psicología con cierto desagrado. Pero confío en no sentir ninguna repugnancia por estar completamente en contra del obispo Barne s [80] , o porque Ji x [81] me mire sospechosamente. Cosas de ese calibre casi resultan auténticos placeres intelectuales. Incluso estimulan una cierta tentación a la vanidad intelectual. Ojalá estemos exentos de una cosa así; y esperemos que tampoco nos quedemos completamente privados de ocasiones en las que podamos mostrar nuestro valor. Pero la mayoría de ellas se harán patentes en la vida privada y en algunos otros aspectos de la vida pública; al saber resistir el sufrimiento o las pasiones, o al saber desafiar las amenazas económicas y la tiranía de nuestro tiempo. Pero no nos volvamos tan necios como los racionalistas y los realistas, adoptando el papel de mártires que jamás fueron martirizados por enfrentarse a tiranos que hace siglos que han desaparecido. Pero aunque el nombre de esta virtud se ha visto tan deteriorado que cueste emplearlo incluso cuando resulte exacto, y no digamos cuando se muestra exagerado, existe una cualidad en cierto modo análoga que el mundo moderno elogia con la misma fuerza y que se ha perdido casi por completo. Dejando a un lado el sentido estricto del valor católico, habría que decirle algo al mundo sobre la independencia intelectual católica. Por supuesto se trata de la única cualidad que todos suponen que han perdido los católicos. Y es también, en estos momentos, la única cualidad que los católicos creen que ha perdido todo el mundo. El mundo actual muestra muchas señales, buenas unas y malas otras; pero con mucho la más vigente es el abandono del razonamiento individual en pro de la prensa, con sus trucos y sugestiones, y de la producción y la psicología masivas. La fe católica, que siempre preserva una virtud que no está a la moda, es la única que, en estos momentos, sostiene la independencia del intelecto del ser humano. Página 207

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