Porque soy catolico
Quienes nos critican, a la hora de condenarnos siempre proceden en una especie de círculo argumentativo. Afirman que en la Edad Media todos los hombres tenían una mentalidad estrecha. Cuando descubren que muchos de esos hombres eran muy inteligentes insisten en que tales personajes no sólo estaban en contra de las ideas medievales sino también contra el catolicismo. No había ningún católico inteligente, porque cuando eran inteligentes no podían haber sido realmente católicos. Este argumento circular aparece hoy día, con ligeras modificaciones en el pensamiento independiente. Consiste en extender a todo el catolicismo lo que en realidad son ideas independientes de distintos pensadores católicos. Empiezan por asumir (lo que han oído decir) que Roma suprime de forma drástica todo tipo de variedad en la forma de pensar, por lo cual el pensamiento de los papistas es siempre el mismo. Así pues, si uno de ellos muestra un interesante avance en sus opiniones dicen que Roma debió habérselo impuesto y, por tanto, también a todos los demás católicos romanos. Yo mismo he expuesto algunas ideas de tipo político y económico, de las cuales ni siquiera se me pasó por la cabeza decir que fueran distintas de las que cualquier católico leal pudiera exponer. Pero no quisiera poner ningún otro ejemplo que no se refiera a mis poco importantes opiniones. En cualquier caso, mi propia experiencia de este mundo moderno me dice que los católicos son mucho más individualistas que el resto, en lo tocante a sus opiniones generales. El señor Michael Williams, el animoso propagador del catolicismo en América, expuso esa razón como algo muy convincente para el rechazo a fundar o a unirse a cualquier tipo de partido político católico. Decía que los católicos se entienden muy bien en lo referente al catolicismo, pero que es sumamente difícil que sepan entenderse en cualquier otra cosa. Yo estoy de acuerdo con semejante opinión, que he visto confirmada al reunir datos sobre la mayoría de los grupos religiosos; por ejemplo, con lo que llamamos las iglesias libres, que constituyen lo que también se denomina conciencia inconformista, y que está representada por una maravillosa unidad moral y por la difusión de una especial atmósfera espiritual. Pero dichas iglesias libres no se mostraron libres, fueran lo que fueran. La cosa más sorprendente y llamativa que se puede decir de ellas es la ausencia de cualquier rechazo de los ideales comunes en que se apoya la conciencia. La conciencia no conformista no era la conciencia normal; difícilmente hubieran pretendido sus miembros que la mayoría de la humanidad estuviera de acuerdo con ellos respecto a temas como la bebida o las armas. Pero todos ellos estaban de acuerdo entre sí sobre estos temas. Cualquier pastor no conformista que se alzara para defender la existencia de los bares, o la venta pública de pistolas u otras armas hubiera resultado un espécimen más extraño que un auténtico hereje en un sistema mucho más jerarquizado. Se trata evidentemente del hecho de que todos estos individuos apoyan la idea de lo que llaman «moderación»; que, en realidad, parece ser una denuncia intemperante del beber de forma moderada. Era una actitud muy parecida a la que todos mostraban sobre lo que denominan «paz»; teoría que, hasta donde he podido columbrar, no era Página 208
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