Porque soy catolico
mismo. Por el contrario, es posible que dijeran y pensaran completamente distinto. No es que necesitaran estar de acuerdo con él, sino que él necesitaba estar en desacuerdo con ellos. Aparte de su propio temperamento, los católicos difieren más que un batallón de patriotas anglicanos o de sólidos inconformistas liberales; por no hablar de las clases medias de algunas regiones de Inglaterra, en las que prevalecen modelos muy rígidos. Los católicos tienen dos o tres verdades trascendentales en las que todos están de acuerdo, pero se complacen en discrepar de todo lo demás. Bastará echar un vistazo a la literatura actual, escrita por otros católicos además del señor Belloc, para confirmar lo que estoy diciendo. Por ejemplo puedo tomar un libro como la notable y reciente obra del señor Christopher Holli s [87] La herejía americana. Ahora bien, seguramente nadie en sus cabales diría que todos los católicos creen que los estados esclavistas debieran haber ganado la Guerra de Secesión; que Estados Unidos nunca debió extenderse más al oeste del estado de Tennessee; que Andrew Jackson era un salvaje; que Abraham Lincoln fue un fracaso; que Calhoun era igual que un pagano de la vieja Roma, o que Wilson no fue más que un arrogante y deshonesto maestro de escuela. Estas opiniones no forman parte del sistema católico, pero sirven para ilustrar la libertad católica. E ilustran exactamente la clase de libertad que el mundo moderno no ha logrado: la auténtica libertad de la mente. Ya no se trata de la libertad otorgada por reyes, capitanes o inquisidores. Es la libertad que parte de los eslóganes, de los titulares de periódicos, de las repeticiones hipnóticas y de los tópicos que nos imponen los anuncios y los periódicos. Resulta una gran verdad decir que el lector promedio del Daily Mail y de El perfil de la histori a [88] se inhibe de este tipo de actividades intelectuales. Es cierto decir también que este lector no puede pensar que Abraham Lincoln fuera un fracaso. También lo es decir que no puede creer que una nación debiera haberse negado a extender su territorio como lo ha hecho. No puede llegar a pensar de ese modo, ni siquiera de forma experimental; porque es necesario salirse del surco trillado que ha sido marcado por las opiniones y por el periodismo modernos, que se mueven siempre de la misma manera. Estas gentes modernas quieren entender por actividad mental una especie de tren que cada vez va más rápido y por los mismos raíles a la misma estación; o que aumenta el número de sus vagones que llegarán asimismo al mismo lugar. La única idea que parece haberse evaporado de sus mentes es la de un movimiento voluntario aunque siempre dirigido hacia el mismo fin. De este modo no solamente han fijado los fines sino también los medios. Han impuesto, no sólo las doctrinas, sino también las palabras. Están unidos no solamente en lo tocante a la religión, que es definitivamente unificadora, sino también en todo lo demás. Hay elogios formales para el pensamiento libre; pero incluso tales elogios tienen una forma establecida. Millares de personas que jamás aprendieron a pensar se ven compelidas a expresar lo que les dicte su imaginación sobre Jesucristo. Pero, de hecho, se les prohíbe pensar de Página 210
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