Porque soy catolico

de ella, en vez de ponerse a decir cosas negativas y trasnochadas sobre las demás. Pero las especiales críticas que sir Arthur Conan Doyle hace a la ortodoxia católica poseen un carácter muy curioso y, por sí solas, carecen de todo valor. Se muestran verdaderamente aburridas, débiles y poco consistentes; además de resultar trilladas y haber sido desmontadas en un centenar de ocasiones. Pero lo más chusco que quisiera resaltar al respecto es que no solamente quedan obsoletas, sino que no encajan con ninguna de las objeciones que hoy día pudieran hacerse. Pudieron tener algún sentido hace sesenta años; pero hoy día carecen de todo interés para cualquiera que observe el mundo tal como es; incluso el mundo de esa nueva religión o de esa moda que se llama espiritismo. Pero ni siquiera el espiritismo se centra en el mundo espiritista. No observa el mundo de los humanos, el de los paganos o el simple mundo materialista. Solamente se fija en aquello que él detesta. Por ejemplo, dice el señor Conan Doyle exactamente lo mismo que dijo nuestra tatarabuela: que la institución del confesionario es la más indiscreta de todas las instituciones. Y que para una joven dama de buen comportamiento tener que contarle a un desconocido caballero, que además es célibe, faltas o incluso esos actos llamados pecados resulta de lo más inadecuado. Bueno, por supuesto que todos los católicos saben qué responder a una objeción de esa índole. Cientos de ellos así lo han hecho con aquellos protestantes que tuvieron algún interés por formularles semejante pregunta. Nadie, o casi nadie, ha entrado en semejantes detalles morbosos, ya sea al confesarse con un cura o al hacerlo en la consulta de un médico. Y lo gracioso de todo el asunto es que la tatarabuela protestante que ponía objeciones al sacerdote también sería la primera en no aceptar un médico que fuera mujer. Pero lo que cuenta en el confesionario es la culpa moral y no los detalles materiales. Por el contrario para el médico, incluso para el más respetable y responsable, los detalles materiales sí son de suma importancia, por no hablar de toda esa palabrería anárquica que se dice en esas confesiones realizadas en nombre del psicoanálisis o de otras terapias de corte parecido. Pero aunque todos conozcamos las viejas y evidentes respuestas, lo que me resulta sorprendente es que nuestro crítico no logre ver la nueva y evidente situación. ¿Qué sentido tiene venir con esas majaderías en una sociedad como la que nos rodea hoy día? Tal vez sea la privacidad del confesionario el único lugar en el que una joven de nuestros días no quiera decir sus pecados a un hombre. Porque es posible que tenga que sentarse con él codo con codo en un jurado, y discutir con él los detalles más repugnantes y la maldad más perversa; con la particularidad de que quizás en tal situación la vida de un hombre dependa del detalle más insignificante. Tal vez haya leído en novelas o en periódicos pecados de los que nunca ha oído hablar, por no mencionar aquellas faltas que ella misma llegue a cometer o a confesar. Quizás no deba susurrar a una presencia impersonal situada tras el enrejado del confesionario las alusiones más abstractas a ciertas cosas; cosas que oye mencionar Página 216

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