Porque soy catolico
manifestación de vivacidad. Es un tipo de historia mucho más enérgico que los cuentos de fantasmas, y que tiene bastante menos que ver con éstos que con los viejos cuentos de los dioses. Y tiene sentido que así sea. No se trata de supervivencia. No es imposible imaginar que algo muy antiguo sea capaz de sobrevivir. Los druidas, digamos, si los conflictos religiosos hubiesen seguido otro curso, habrían podido sobrevivir dos mil años hasta nuestros días, merced al cultivo de algunas tradiciones locales. No digo que tal cosa pueda concebirse fácilmente, sino que no es imposible. Pero si tal hubiera sucedido, los druidas nos parecerían hoy supervivientes de dos mil años de edad; en una palabra, los druidas seguirían pareciéndonos druidas. Los sacerdotes católicos no se parecen en nada a los druidas. Nada tiene que ver en ello el número exacto de piedras que permanecen en su lugar originario en Stonehenge, ni cuántas se han derrumbado o fueron destruidas. Las piedras del Stonehenge católico también han sido derruidas, de hecho están siendo derruidas constantemente, y con el mismo empeño vuelven a levantarse. Lo relevante es que todas las piedras druídicas derruidas siguen estando donde en su día cayeron, y ahí se quedarán para siempre. No se han registrado revoluciones druídicas cada doscientos o trescientos años, ni se han visto jóvenes druidas, portando coronas de muérdago fresco, danzando al sol en la llanura de Salisbury. Stonehenge no ha sido reconstruido en todos los estilos arquitectónicos, desde el tosco y sólido normando hasta el último rococó del Renacimiento. El lugar sagrado de los druidas ha quedado a salvo de lo que puede llamarse el vandalismo de las restauraciones. En ello reside, pues, esa diferencia fundamental en la que he querido detenerme antes de seguir avanzando, porque de que comprendamos su naturaleza depende lo que pretendemos demostrar. Importa poco la duración, lo que importa es la naturaleza de la recuperación. Sin duda ha habido, en las etapas de transición, grupos de buenos y aun gloriosos católicos que se aferraron a su religión como a una cosa del pasado, pero su lealtad y su fe me inspiran demasiada admiración para que quiera reprocharles aquí sus políticas reaccionarias. Es posible asistir a la desaparición de los monjes exactamente como asistimos a la desaparición de los Estuardo, como también que la de los Estuardo nos inspire ni más ni menos lo mismo que la de los druidas. Pero el catolicismo no es algo que haya desaparecido coincidiendo con el fin de la monarquía jacobita, más bien volvió a manifestarse vigorosamente tras el relativo fracaso de los seguidores de los Estuardo. Es posible que hubiera eclesiásticos, supervivientes de la Edad Oscura, que no fueran capaces de comprender el nuevo movimiento de la Edad Media, como seguramente hubo buenos católicos que no consideraron necesarias las grandes maniobras de los jesuitas o las reformas de Santa Teresa, y hasta es posible que hayan sido mejores personas que nosotros. El caso es que el rejuvenecimiento se ha producido una y otra vez. De esta observación parte mi razonamiento. Considero que puedo dejar para otro momento el análisis de sus efectos en asuntos como los fundamentos de la autoridad o los límites Página 22
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