Porque soy catolico

En resumen, se trata del conjunto de doctrinas que hombres como el deán Inge nos están reprochando continuamente, por ser cosas que nos impiden tener una plena confianza en la ciencia, o una completa unión con los animales. Estamos hablando, pues, de lo que separa a los hombres de los caníbales o, posiblemente, de las glándulas de los monos. Ellos tienen los prejuicios y no dudan en mantenerlos. Nosotros tenemos los principios, y cuando deseen conocerlos serán bienvenidos. Si tuvieran que demostrarse por primera vez las matemáticas euclidianas con diagramas y se utilizara el argumento de reductio ad absurdum, la argumentación que pudiera emplearse sólo nos produciría una sensación de absurdo. Soy plenamente consciente de que me estoy exponiendo a ese peligro al extremar la argumentación de mi adversario, lo que podría considerarse una extravagancia. Pero la pregunta es, ¿por qué es una extravagancia? Sé que en este caso se contestaría que la figura social del canibalismo raramente se encuentra en nuestra cultura. Hasta donde yo sé, no existe en Londres el peligro de que los restaurantes caníbales puedan hacerse tan populares como los restaurantes chinos. La antropofagia no es un tema de conferencia como pueda serlo la antroposofí a [95] ; y aun teniendo en cuenta la variedad de religiones y morales que hay actualmente, el cocinar a los misioneros no entra todavía en nuestros cálculos. Pero si alguien da muestras de tan poca lógica que no tenga en cuenta el significado de un ejemplo tan extremo, yo no tendría dificultad en ofrecerle otro mucho más práctico e, incluso, insistente. Hace algunos años toda persona cuerda habría dicho que el adamismo era algo tan aberrante como la antropofagia. Un ejecutivo que recorriese las calles completamente desnudo hubiera resultado tan inaceptable como un carnicero que se dedicase a vender carne humana en lugar de cordero. A ambos se les declararía locos que se imaginaban ser salvajes. Sin embargo, el Movimiento de los Nuevos Adamitas o Sin Ropa se ha establecido muy seriamente en Alemania. Con toda la seriedad de la que sólo los alemanes son capaces. Los ingleses, probablemente, son lo suficientemente ingleses como para reírse del asunto, si bien un tanto molestos. Pero se ríen de forma instintiva, y sólo se siente molestos instintivamente. La mayoría de ellos, con esa confusa filosofía moral de que hacen ahora gala, se verían en apuros si tuvieran que refutar la desnudez del profesor prusiano, aunque en su interior quisieran darle un buen mamporro. Y si examinamos los debates actuales nos encontraremos en la misma situación de indefensión que en el caso de la teoría del canibalismo. Todos los argumentos que se utilizan contra los puritanos conducen de hecho al adamismo. No quiero decir con esto que con frecuencia no se muestren muy sensatos en sus argumentaciones contra el puritanismo; y, todavía menos, que carezcan de mejores argumentos contra los puritanos. Lo que quiero decir es que, en pura lógica, el hombre civilizado ha bajado la guardia y se encuentra desnudo en su debate contra la desnudez. En la medida en que se contenta con decirse que el cuerpo es bello, o bien que lo que es natural está bien, se estará entregando a la teoría adamita; aunque esperemos que tarde mucho en entregarse a la práctica. De nuevo nos encontramos aquí con que los teóricos Página 221

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