Porque soy catolico

alternativa. Dile a alguien que todos estaríamos mejor si Carlos Eduardo y los jacobita s [101] hubiesen tomado Londres en vez de retirarse hasta Derby, y se reirá de ti. Pensará que se trata de lo que él llamaría una «paradoja». Pero cuando se estaban desarrollando los acontecimientos y hombres sabios y reflexivos podían encontrarse en ambos bandos, el hecho podía considerarse como algo evidente. Y las teorías jacobitas no pueden ser rebatidas por el hecho de que Cumberlan d [102] pudiera flanquear a los clanes en Drummossie. No discuto si era válida como teoría. Sólo constato que a nadie se le ha ocurrido pensarlo. Las cosas que podían haber sido no están presentes ni siquiera en la imaginación. Si alguien dijera que el mundo sería ahora mejor si Napoleón nunca hubiera sido derrotado y hubiese establecido su dinastía imperial, la gente lo tomaría como una broma. La simple idea es nueva para ellos. Y sin embargo, de haber ocurrido, se habría podido evitar la reacción de los prusianos; se habrían preservado la igualdad y la ilustración sin que se produjera una pelea de mortales consecuencias con la religión; quizá también se habría podido unificar a los europeos y cortar con la corrupción reinante entre los parlamentarios, evitando así las revanchas de los fascistas y los bolcheviques. Pero en esta época de librepensadores, la mentalidad humana no es tan libre como para elaborar un pensamiento de estas características. De lo que me quejo es de quienes aceptan el veredicto del destino sin saber realmente por qué. Por una extraña paradoja, aquellos que asumen que la historia ha seguido el curso que debía seguir son, por lo general, los mismos que no creen que la historia haya sido guiada por la providencia. Los mismos racionalistas que se burlaban de los duelos, propios del viejo orden feudal, han aceptado de hecho ese método como el que decide finalmente toda la historia de la humanidad. En la Guerra de Secesión americana, algunos rebeldes sudistas escribían en su bandera el lema «debemos vencer porque nuestra causa es justa». La filosofía era errónea; y tan sólo les sirvió para que sus adversarios la copiaran y la modificaran de esta manera: «No vencieron; así que su causa no era justa». Pero este último razonamiento es tan malo como el primero. Acabo de leer un libro titulado La herejía americana, escrito por Christopher Hollis. Es un libro brillante y original; pero sé que no se lo tomarán suficientemente en serio, porque el lector tendrá que vencer su propio estancamiento mental para poder imaginarse a un Sur victorioso; y más aún para imaginarse a alguien afirmando que habría sido mejor para todo el mundo, especialmente para el lector americano, la formación de una América pequeña, limitada y agrícola. Podría poner otros muchos ejemplos de lo que trato de decir al hablar de esta esclavitud imaginaria. La encontramos en la extraña superstición de realizar figuras sagradas con rostros de ciertas figuras históricas; que muestran su firmeza a través de sus rígidas y simbólicas poses. Incluso sus defectos son sagrados. Se ha vertido mucho revisionismo sobre la reina Isabel y sobre María Estuardo. Y no sólo se muestra favorable a la figura de la Estuardo, sino que lo es totalmente con la reina Isabel. Parece casi seguro que María Estuardo no participó en la conspiración para Página 230

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