Porque soy catolico
otras muchas personas, católicas y protestantes, tanto como lo hacen los agnósticos. Pero aunque cree en la evolución, no cree en el concepto de la evolución que tiene el obispo Barnes. Afirma con una admirable nitidez y determinación que es un disparate establecer una identificación entre el progreso y la evolución, o incluso considerar que esta última supone un obstáculo para el progreso. Y nada mejor para explicarlo que esas frases breves y enérgicas con las que se deshace por completo de esa idealiza ción d e la teoría científica, que de hecho no es más que simple ignorancia. En otras palabras, el obispo Barnes, a pesar de sus bravatas, sabe tan poco de la evolución como de la Transustanciación. Todo lo contrario que el deán de San Pablo, por supuesto, que expresa esta realidad con palabras sencillas con la intención de dejarlo bien claro. Su enorme franqueza en este punto le ha hecho alcanzar tal equilibrio que tanto expresa su acuerdo con el obispo como, con expresiones un tanto acaloradas según la opinión de algunos, su desacuerdo con todos los demás, en especial con los enemigos del obispo. El deán menciona con desprecio el mundo ortodoxo, como si se hiciera forzoso rechazar determinadas teorías biológicas o fuera importante mostrarse crítico con él. La diferencia entre la Iglesia anglicana y la católica no r adica en que los primeros defiendan la evolución y los últimos crean que es falsa, sino en que unos creen que la evolución aporta una explicación y los otros saben que tal explicación no es válida. De ahí que los anglicanos piensen que es muy importante y a los católicos en cambio les parezca poco relevante. Al ser incapaz de aprovechar este principio, el deán cita un viejo dicho victoriano; y afirma que un nuevo descubrimiento científico pasa por tres fases diferentes; la de considerarlo absurdo, la de considerarlo contrario a las Escrituras y la de considerarlo como bastante viejo y familiar. Podría haber añadido una cuarta fase: la de descubrir que es completamente falso. Éste es el hecho por el cual tanto el deán Inge como el obispo Barnes quedan excluidos; y que parece tan ajeno al lúcido racionalismo de uno como al crudo secularismo del otro. El arzobispo de Canterbury no sólo tenía razón al sugerir que los viejos como él habían estado familiarizados con el concepto de la evolución durante toda la vida; también podía haber añadido que estuvieron mucho más seguros de ella cuando eran jóvenes que cuando se iban acercando al final de sus vidas. Aquellos que han leído las más recientes investigaciones y especulaciones realizadas en Europa saben que el darwinismo, a cada día que pasa, va dejando de ser un dogma para convertirse en una duda. Y aquellos que no han leído sobre esas especulaciones ni esas dudas, siguen repitiendo el dogma. Mientras el doctor Barnes predicaba a sus fieles sermones basados en la biología de hace cincuenta años, Belloc demostraba de forma concluyente ante el mundo entero que H.G. Wells y sir Arthur Keith desconocían la biología de tan sólo cinco años atrás. En resumidas cuentas, es conveniente insistir, como ya lo hemos hecho, en las diferencias existentes entre el deán Inge y el doctor Barnes; que no son muy distintas a las que hay entre Huxley y Página 234
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