Porque soy catolico

De hecho, el deán reveló una verdad inconsciente cuando afirmó que los sacramentalistas debían ser «idólatras naturales». Tal afirmación le amedrentó, no sólo porque fuera idólatra, sino porque también era algo natural. No podía soportar pensar en lo natural que resulta el ansia por lo sobrenatural. No podía tolerar la idea de que lo sobrenatural se mueve a través de los elementos de la naturaleza. Inconscientemente, de ello no tengo duda, pero con enorme terquedad, esa clase de intelectuales sienten que nuestras almas deben pertenecer a Dios, pero nuestros cuerpos le pertenecen al diablo, a la Bestia. Ese horror que los maniqueos sienten por la materia es la única explicación inteligente para semejante rechazo de las maravillas sacramentales y sobrenaturales. El resto no son más que cánticos y repetitivas disquisiciones atrapadas en un círculo vicioso; todo ese dogmatismo sin fundamento sobre que la ciencia le prohíbe al hombre creer en los milagros; como si la ciencia pudiera prohibirle al hombre creer en algo que no está dispuesta a investigar. La ciencia es el estudio de las leyes aceptadas sobre la existencia; y no puede demostrar la existencia de una negativa de carácter universal sobre si tales leyes pueden ser anuladas por algo que se encuentre por encima de ellas. Es como decir que un abogado era tan profundo conocedor de la Constitución americana que sabía perfectamente que era imposible que se produjera una revolución en América. O como si un hombre dijera que era tan conocedor del texto de Hamlet, que se sentía con autoridad para negar la posibilidad de que un actor, al ver que el teatro empezaba a incendiarse durante la representación de la obra, dejara caer la calavera de sus manos y echara a correr. La Constitución sigue su curso, mientras puede seguirlo; la representación de la obra sigue el suyo, mientras está siendo representada, y el orden natural sigue su propio recorrido mientras no haya nada que lo detenga. Pero ese hecho no arroja luz alguna sobre si existe algo que pueda detenerlo. Es una cuestión de tipo filosófico o metafísico, no científico. Al margen del respeto que siento por la inteligencia de estos dos reverendos, especialmente por la del deán de San Pablo, prefiero pensar que sus ideas opuestas sobre lo que denominan «mágico», se manifiestan bajo la perspectiva de unos filósofos consecuentes y no bajo la de unos científicos incoherentes. Prefiero pensar que han meditado sobre las líneas maestras de los grandes agnósticos y budistas, así como otros místicos de una oscura pero digna tradición histórica, antes que haberse equivocado torpemente con la simple lógica de una ciencia barata y populista. Incluso puedo entender o imaginar que pudieron ser presa de una terrible sensación de repulsa en presencia de ese materialismo divino al que se acoge la masa. Pero sigo pensando que serían más coherentes si dejaran claro que llevaron su principio hasta sus últimas consecuencias; y dijeran, como lo hicieron los musulmanes al referirse a las Navidades: «Lejos de Él tener un hijo», o como dijeron los aterrorizados apóstoles cuando Dios iba a ser crucificado: «Señor, eso no sucederá» [106] . Página 235

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