Porque soy catolico

Sería un poco cargante que un ateo dijera de algún inofensivo protestante lo que dijo el general Booth: «Hasta donde sabemos, su forma de pensar es bastante atea». Podríamos atrevernos a preguntar cómo se forma ese ateo una opinión de lo que piensa el general Booth, que se contradice por completo con cuanto él piensa. O por otro lado, sería poco elegante por mi parte, sugerir que Arnold Bennet está ocultando por miedo su conversión y lo expresara de la siguiente forma: «El señor Bennet nunca nos contará la verdad sobre él; pero que nosotros sepamos su forma de pensar es bastante papista». Podría incluso ser interrogado sobre cómo he llegado a formarme esas sospechas de los más profundos pensamientos del señor Bennet; como si me hubiera ocultado bajo su cama y le hubiera oído murmurar oraciones en latín mientras dormía, o hubiera enviado un detective privado para comprobar la existencia de su camisa de pelo de cabra y sus reliquias ocultas. Podría recomendarse que, antes de que mis sospechas derivaran en un caso de prima facie, sería más correcto suponer que las opiniones del señor Bennet eran las que él mismo decía que eran. Y si yo fuera sensible a estas cosas podría pedir encarecidamente a esa gente que no tiene posibilidad alguna de saber nada sobre mí a menos que yo mismo lo exprese, que por el bien de todos nosotros creyeran lo que yo digo sobre mí. En lo que se refiere al modernismo, por lo menos, nunca ha existido la menor duda sobre lo que he dicho de él. Ocurre que yo ya sentía un fuerte desprecio intelectual del modernismo antes incluso de que creyera en el catolicismo. Pero yo pertenezco, como producto biológico de la evolución, al orden de los paquidermos. No estoy movido en lo más mínimo por el enfado, sino por una fuerte mistificación y curiosidad sobre la verdadera razón de este sorprendente punto de vista. Sé que el articulista no pretendía molestar; pero estoy muy interesado en tratar de entender lo que quería decir. Y la verdad es que pienso que en esta curiosa y críptica frase está oculto el secreto de la moderna controversia sobre el catolicismo. Lo que ese hombre quería decir realmente era esto: «Incluso el pobre y viejo Chesterton debe pensar; no puede dejar de pensar por completo. Debe existir alguna función cerebral encargada de rellenar esas horas vacías de su desperdiciada y mal encaminada vida; y es obvio que si un hombre empieza a pensar, más o menos sólo puede pensar en la dirección que marca el modernismo». Eso es lo que realmente hacen los modernistas. De eso se trata. Ahí está la gracia. Lo que ahora tenemos que tratar de inculcar en las cabezas de toda esa gente, de alguna manera, es que un hombre que reflexiona puede pensar profundamente sobre el catolicismo, pero no sobre las dificultades que entraña el catolicismo. Tenemos que conseguir que vean que la conversión es el comienzo de una activa, fructífera, progresiva e intrépida vida para el intelecto. Porque eso es lo que son incapaces de creer en este momento. Ellos se dicen a sí mismos: «¿En qué puede estar pensando, si no piensa en los errores de Moisés, como descubrió el señor Miggles de Pudsey, o descalificando todo el terror que la Inquisición extendió por España durante doscientos años?». Tenemos que explicar de alguna forma que los grandes misterios, Página 237

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