Porque soy catolico
Pero hay otra faceta en la que el librepensador no sólo se muestra reflexivo sino también útil. El hombre que rechaza de plano la fe se convierte a menudo en un valioso crítico del que la rechaza de forma gradual, paso a paso. Los que escogen los aspectos del catolicismo que les parecen más agradables, o desechan aquellos que les confunden, acaban dando con la más extraña clase de resultado, que por lo general es bastante opuesto al que pretendían conseguir. Y esa inconsistencia puede exponerse de forma eficaz tanto desde un punto de vista positivo como negativo. Ya se ha comentado que cuando los semidioses desaparecen, aparecen los dioses; y haciendo una broma podría decirse que cuando llegan las falsas diosas, las semidiosas se van; aunque no estoy seguro de si es en buena hora. De cualquier forma, hasta un ateo puede hacernos ver lo importante que es mantener unido el sistema católico, aunque lo rechace por completo. En América se da un curioso y divertido caso relacionado con esto; en relación con el señor Clarence Darro w [121] , el escéptico superficial de la tierra de la ingenuidad. Parece que ha estado escribiendo sobre la imposibilidad de que alguien pueda tener alma; no hay nada que decir al respecto, excepto (como es habitual) que da la sensación de que es de esa clase de escépticos que entiende el alma bajo un punto de vista supersticioso, como si fuera un extraño animal con alas, separado del resto; de los que consideran que el alma está separada del yo. Pero lo que realmente me interesa de él es esto; que uno de sus argumentos para negar la inmortalidad se apoya en que la gente no cree verdaderamente en su existencia. Y para apoyar esa idea afirma que si todo el mundo creyera en la existencia de cierta felicidad más allá de la tumba, acabarían matándose todos. Asegura que nadie soportaría el martirio que supone un cáncer, por poner un ejemplo, si de verdad creyera (como aparentemente asume que todos los cristianos creen) que en cualquier caso, el mero hecho de morir llevaría a su alma de forma instantánea a un estado de perfecta felicidad en compañía de sus seres queridos. Sin duda, un católico sabría darle la respuesta a este argumento. Ahí tenemos la coronación de todo moderno optimismo, del universalismo y del humanitarismo en la religión. Los sentimentalistas hablan del amor hasta que el mundo enferma con esa palabra tan gloriosa; asumen que no puede haber nada en la próxima existencia excepto esa clase de utopía del placer que nos prometieron (pero que no nos han dado) en este mundo. Aseguran que todo será perdonado porque no hay nada que perdonar. Insisten en que este «pasar por la vida» es como pasar a otra habitación de la casa; que ni siquiera llegará a ser una sala de espera. Afirman que seremos introducidos de inmediato en una sala protegida en la que contaremos con todas las comodidades imaginables, sin mencionar en absoluto cómo llegaremos ahí. Aseguran que no hay peligros, ni maldad, incluso que no existe la muerte. Todo es esperanza, felicidad y optimismo. Y, como sin duda señalaría un ateo, la lógica resultante de toda esa esperanza, felicidad y optimismo debería desembocar en cientos de personas ahorcándose en las farolas, o miles de seres humanos lanzándose Página 243
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