Porque soy catolico

ver. Pero una vez unidas las dos verdades, ese hombre se elevó al principio para después caer. Y contestar diciendo «¿dónde está el jardín del Edén?» es como decirle a un filósofo budista: «¿Cuándo fuiste asno por última vez?». La Caída es una forma de interpretar la vida. No es sólo iluminadora, sino también la única que es verdaderamente alentadora. Mantiene, en contra de las auténticas filosofías alternativas, como la de los budistas, los pesimistas y los prometeicos, que tenemos un mundo bueno que hemos infrautilizado, y que no nos hemos entrampado simplemente en uno malo. Que el mal procede del uso equivocado del bien, y que puede ser enmendado. Excepto éste, todos los demás credos no plantean sino una cierta forma de rendición frente al Destino. Un hombre que interpreta la vida de esta forma encontrará la luz en miles de cosas sobre las que las éticas de carácter evolucionista no tienen nada que decir. Por ejemplo, en lo que se refiere al contraste colosal existente entre las máquinas creadas por el hombre y la continuada corrupción que hay en los motivos para su utilización; en el hecho de que la falta de progreso social parezca dejarle atrás; de que, por lo general, los promotores de cualquier escuela o de cualquier revolución sean los mejores y los más puros; como William Penn fue mejor que un cuáquero millonario o lo fue Washington frente a un magnate del petróleo americano. Sobre ese proverbio que dice «el precio de libertad es la eterna vigilancia » [122] , que es lo único que los teólogos afirman sobre cualquier virtud y que sólo es una forma de plantear la verdad del pecado original; en esos extremos existentes entre el bien y el mal en los que el hombre excede a todo el resto de los animales en la medida de lo que es el cielo y el infierno; en esa sublime sensación de pérdida que es el tema recurrente en toda gran poesía y, sobre todo, en la poesía de los paganos y los escépticos: «Miramos hacia delante y hacia atrás, y suspiramos por lo que no es » [123] ; que gritan a todos esos mojigatos y progres que se encuentran al margen de las profundidades y abismos que provoca el corazón partido del hombre; que la felicidad no es sólo una esperanza, sino una extraña forma de memoria; y que todos somos reyes en el exilio. A esa gente que siente que esta forma de ver la vida es más real, radical y universal que las baratas simplificaciones que se oponen a ella, les provoca una gran conmoción el tratar de comprender que alguien pueda dejar solo a un hombre como el señor Wells, que imagina que todo depende de algún detalle relacionado con el emplazamiento de un jardín en Mesopotamia, como el identificado por el general Gordon. Es difícil encontrar un paralelismo con semejante incongruencia; no hay similitudes reales entre nuestros confusos asuntos mortales y los acontecimientos que son divinos por misteriosos, y las escrituras que son sagradas aun cuando tengan un carácter simbólico. Pero podría distinguirse cierta sombra de comparación en los mitos modernos. Me refiero a esa clase de mitos en los que hombres como el señor Wells creen; como el de la Carta Magna o el del Mayflower. Muchos historiadores mantendrán que no hay nada que decir de la Carta Magna; que no fue más que un conjunto de privilegios feudales. Pero supongamos que uno de los historiadores que Página 248

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