Porque soy catolico
que por consiguiente todo lo que hay es bueno, o con los universalistas que Dios es Amor y por tanto todo lo existente también, o con los cientistas cristianos que Dios es Espíritu y por ende todo es asimismo espíritu, o, ya puestos, con los pesimistas que Dios es cruel y por ello todo es lamentable y horrendo… Decir cualquiera de estas cosas es afirmar algo que no requiere refutación, que a lo sumo despierta un sorprendido «¡oh!», quizás un tímido y débil «caramba». Son afirmaciones, hasta cierto punto, rotundas y redondas, pero quizás un poco demasiado, de tal suerte que se acaba deseando que hubieran sido un poco más complejas. Y ésta precisamente es la cuestión: que no son lo suficientemente complejas para formar organismos vivos, que están desprovistas de vitalidad porque sus funciones carecen de diversidad. Hay un rasgo que liberalmente comparten todas las escuelas de pensamiento que se suelen considerar liberales: y es que su elocuencia conduce siempre a una forma de silencio no muy distinta de la modorra. Algo hay que distingue a las más delirantes innovaciones y revueltas de la moderna intelectualidad; es una tónica general que está presente en todas las nuevas y revolucionarias religiones que recientemente han soplado sobre el mundo. Y esa tónica es el embotamiento. Sencillamente, son religiones demasiado simples para ser verdaderas. Mientras, por contraste, cualquier campesino católico, con una diminuta cuenta de su rosario entre los dedos, puede ser consciente, no de que existe la eternidad, sino del complejo y hasta conflictivo entramado de eternidades existentes. Puede ser consciente de ello, por ejemplo, al considerar las relaciones entre Nuestro Señor y la Virgen, o entre la condición del Padre y la del Hijo de Dios, o entre la maternidad y la infancia de María. Pensar de este modo ofrece, en un plano sobrenatural, alguna analogía con el sexo: son ideas capaces de fertilizar y procrear, fructíferas y proliferantes, y que nunca se agotan. Ofrecen incontables rostros, pero la faceta que resulta relevante para nuestra discusión es que cualquier religión dueña de comparable riqueza siempre conserva un tesoro de ideas en reserva. Dejando a un lado las que admiten ser aplicadas a tal problema específico o a un periodo definido, resulta que hay un gran número de fértiles terrenos intelectuales que permanecen, en el sentido apuntado, en barbecho. A diferencia de las nuevas teorías, que fueron elaboradas para resolver nuevos problemas y que al solucionarse éstos desaparecen, las viejas cosas siempre están al acecho de nuevos problemas que a su vez les permitirán renovarse. Un nuevo movimiento católico por lo general es un movimiento que busca resaltar alguna idea católica que en su momento fue desatendida, pero sólo en el sentido de que hasta ahora no había resultado necesaria su aplicación. Ahora bien, en cuanto se manifiesta su necesidad, nada hay que pueda reemplazarla. En otras palabras, el único modo en que todas las necesidades humanas podrán satisfacerse en el futuro será apropiándose plenamente todas las ideas católicas del pasado. Y sólo hay una manera de lograrlo: aceptando realmente ser católico. En estas anotaciones no pretendo abordar críticamente la Iglesia anglicana o la teoría del anglocatolicismo, porque en mi caso sé que sería el peor método de trabajo Página 25
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA0OTIx