Porque soy catolico

episodio que supuso el puritanismo escocés; haciendo hincapié en la integridad y el vigor intelectual que acabó perdiendo. Pero cualquier estudio sincero hecho a tal efecto debería concluir con la afirmación de que, de hecho, no lo hizo del todo. Uno de los más brillantes y distinguidos profesores de Escocia, de la universidad de Edimburgo, de origen absolutamente puritano y con simpatías hacia las tendencias opuestas a los católicos, utilizó la que, para mí, es la verdadera y más contundente expresión del viejo sabatarianismo: «Cubría toda Escocia; y entonces, una mañana, desapareció de repente de todas partes como si fuera nieve derretida». Y aunque la historia podía contarse desde otro punto de vista, o desde muchos distintos, no es menos cierto que podríamos extraer nuestra propia moral de ella. Y la moral es, de hecho, ésa que acabamos encontrando a lo largo de toda nuestra propia historia. Básicamente, el nacimiento y la muerte de toda herejía han seguido siempre un curso parecido. Un católico morboso y desequilibrado extrae una de entre las miles de ideas del pensamiento católico; y entonces declara que se interesa más por esa idea católica concreta que por el propio catolicismo. Se va con su idea a un lugar desierto, en donde la idea se transforma en una imagen y la imagen se transforma en un ídolo. Luego, pasado un siglo o dos, se despierta de repente y descubre que el ídolo es en efecto un ídolo; y poco después de esto, descubre también que el desierto es el desierto. Si se trata de un hombre sabio, se considerará a sí mismo un loco. Si se trata de un loco, se definirá a sí mismo como un evolucionista progresivo que ha madurado el concepto de la adoración de los ídolos. Y mirará al desierto en torno suyo, extendiendo la desolación por todas partes mientras dice, con las hermosas palabras del señor H.G. Wells: «No veo límites». Eso es lo que les ocurrió a los calvinistas escoceses; con el consuelo que produce el hecho de que, por lo general, el escocés no es un chalado, ni siquiera cuando deja de ser calvinista. Pero a menudo se pasa al ateísmo; y el hecho de que muchos de los escépticos más acérrimos, partiendo de Hume y bajando poco a poco en el escalafón, han venido de Escocia, parece la señal más evidente del descubrimiento del ídolo y también del desierto. En cualquier caso, ésa es la parábola de lo ocurrido. El calvinista no es más que un católico cuya imaginación se ha visto atrapada y dominada por una única verdad teológica sobre el poder y el conocimiento de Dios; y la ha ofrecido al sacrificio humano, no sólo de cada sentimiento humano, sino de cada una de las cualidades divinas. Algo en esa simple idea de omnipresencia y de poder implacable ha intoxicado y exaltado a algunos hombres durante un cierto periodo de tiempo, como pueden ser intoxicados algunos por una tormenta de viento o por alguna terrible tragedia que tenga lugar sobre el escenario. Los protestantes más moderados, los anglicanos y gran parte de los luteranos comparten ese sentimiento extraño hacia el Rey. De ahí vino la doctrina del derecho divino de los caballeros y la corte de capellanes de Prusia. Nada resulta más intrigante y desafiante para la imaginación que la necesidad de intentar comprender cómo es que los hombres del siglo XVI y primeros años del siglo XVII pudieron sentir esa clase de regocijo abstracto Página 252

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA0OTIx