Porque soy catolico
H XXXIV La paz y el Papado ay un famoso dicho que, si bien a algunos les parece falto de respeto, es el soporte de una de las partes más importantes de la religión: «Si Dios no hubiera existido, habría sido necesario inventarlo». No difiere mucho de alguna de las atrevidas preguntas con las que Santo Tomás de Aquino iniciaba su gran defensa de la fe. Alguno de los modernos críticos de su fe, en especial los críticos protestantes, han caído en un error, no exento de gracia, debido a la ignorancia que se tiene del latín y del uso arcaico de la palabra divus, acusando a los católicos de describir al Papa como si fuera Dios. Entre los católicos, no creo que sea necesario decirlo, existe tanta probabilidad de llamar al Papa Dios como de llamar a un saltamontes Papa. Pero hay un aspecto en el que reconocen una relación eterna entre la posición del Rey de Reyes en el universo y la de su Virrey en el mundo, como la relación que existe entre un objeto y su sombra; una similitud que guarda cierto parecido con la distorsionada relación existente entre Dios y la imagen de Dios. Y este epigrama puede clasificarse entre las coincidencias existentes en esta comparación. El mundo se encontrará cada vez más en una situación en la que incluso los políticos y hombres más prácticos se verán a sí mismos diciendo: «Si el Papa no existiera, sería necesario inventarlo». No es del todo imposible que pudieran inventarlo. Lo cierto es que una gran parte de ellos habría aceptado al Papa si no se le hubiera llamado Papa. Creo que habría sido posible, en ésta y otras muchas cuestiones, jugar a una especie de broma piadosa con muchos herejes y paganos. Imagino que sería bastante probable describir en términos exactos, aunque abstractos, la idea general de lo que es un oficio o una obligación, que podría corresponderse con exactitud a la posición del Papado en la historia, y que habría sido aceptado en un terreno ético y social por un gran número de protestantes y librepensadores; hasta que descubrieran con gran rabia y estupefacción que habían sido engañados al aceptar el arbitraje internacional del Papa. Imagino que alguien planteó esa vieja idea como si fuera nueva; supongo que alguien dijo: «Propongo que sea levantado en la ciudad más ilustrada de nuestra civilización, un lugar donde un dirigente de carácter permanente represente la paz y las bases de un acuerdo entre las naciones vecinas; dejémosle, por la naturaleza de su puesto, al margen de todos los demás, con el compromiso de considerar lo bueno y lo malo que hay en cada cosa; permitamos que se erija en el juez que exponga una ley basada en la ética y un sistema de relaciones sociales; dejemos que su formación sea diferente a la que fomenta las ambiciones ordinarias de la gloria militar e incluso los apegos comunes de la tradición más tribal y primitiva; protejámosle especialmente de Página 258
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