Porque soy catolico
imaginable. La Iglesia me alejó del anglicanismo, de la misma manera como la idea de la Virgen me había alejado mucho antes del protestantismo, y ello por la sola fuerza de su presencia, es decir, por el mero hecho de ser bella. Mi conversión se debió a la positiva fuerza de atracción que sobre mí ejercieron aquellas cosas que no formaban parte de mi vida, y no por la negativa denigración de todas las que me había otorgado. Si denigración llegó a haber, por lo general, y casi en contra de mi voluntad, su efecto fue el contrario del que yo buscaba; es decir, una leve recaída. Creo sinceramente que ya entonces esperaba que los católicos fueran realmente capaces de manifestar más caridad y humildad que nadie, y cualquier traza o manifestación de lo contrario dejaba huella en la exacerbada sensibilidad de aquella época. Así pues, soy muy consciente de no querer caer en el mismo error. Formular con más concisión y claridad las conclusiones a las que yo y cualquier otro converso hayamos podido llegar es una tarea relativamente fácil. Porque lo fácil sería alegar tan sólo que nuestra postura nacía de una misma contradicción, dado que siempre sostuvimos que Inglaterra había sufrido toda suerte de desgracias por su condición de país protestante, siendo para nosotros cierto, al mismo tiempo, que nunca había dejado de ser católico. Y desde luego sería fácil, y hasta cierto punto innegable, ver en todo ello únicamente un ejemplo más de la sesgada hipocresía inglesa, un intento de salir del error sin querer admitirlo. Tampoco ocultaré que hay sacerdotes anglicanos capaces de suscitar, y aun quizás de merecer, palabras denigrativas por su tendencia a hablar del catolicismo como si nunca hubiera sido objeto de traición y persecución. Es una postura ante la que se siente la tentación de responder que San Pedro negó al Señor, pero que al menos jamás se atrevió a negar que lo hubiera negado. Para casi todas las almas que han experimentado ese tránsito, sin embargo, la verdad es mucho más sutil, y en la mayoría de los casos que he conocido, mucho más amable. He abordado esta cuestión dando deliberadamente un rodeo que puede parecer excesivo, pero es que estoy convencido de que es la mejor manera de hacerlo, por ser la más cargada de sutileza y amabilidad. Lo primero que conviene recordarle, o eso pienso, a cualquier anglicano honesto que albergue dudas es que el poder de resurrección de la Iglesia tiene mucho que ver con ese tesoro que la Iglesia mantiene en reserva. Para detentarlo, es preciso ser dueño del pasado íntegro de la religión, y no contentarse con las parcelas que obviamente parecieron más necesarias en el siglo XIX a los miembros del movimiento de Oxford, o a los partícipes, en el siglo XX , del Congreso anglicano-católico. Todos ellos descubrieron, en efecto, que había cosas útiles y necesarias en el catolicismo, pero fueron descubriéndolas por separado. Salieron a recoger a los campos cristianos, pero no eran sus dueños, y más importante aún: no eran dueños de aquellos terrenos en barbecho. No podían hacerse con todo su tesoro porque no tenían acceso a todas las reservas de la religión. Abundan las predicciones de lo que nos aguarda mañana, pero son sólo proyecciones más bien torpes de lo que hoy tenemos. Son muy pocos los modernos Página 26
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