Porque soy catolico
que se dedican a esa tarea no siempre practican lo que predican. Pero el resto de los gobernantes del mundo ni siquiera están obligados a predicarlo. En la historia, especialmente en la historia medieval, el Papado ha mediado una y otra vez en pos de la paz y la humanidad; como el caso de los grandes santos que se interponían entre las espadas y las dagas de las facciones contendientes. Si no hubiera sido por el Papado, los santos o la Iglesia católica, el mundo se habría abandonado a sí mismo y no habría sustituido las abstracciones sociales por los credos teológicos. Como un todo, la humanidad ha ido más allá de lo que es el humanitarismo. Si el mundo se hubiera abandonado a sí mismo, digamos por ejemplo en la época del feudalismo, todas las decisiones que se hubieran tomado lo habrían hecho desde la rigidez y la implacabilidad del feudalismo. Sólo había una institución en el mundo cuya existencia era anterior al feudalismo. Sólo existía una institución que pudiera preservar el frágil recuerdo de la República y las leyes de Roma. Si el mundo se hubiera abandonado a sí mismo en la época del Renacimiento y de la Italia gobernada por los príncipes, todo se habría organizado siguiendo la moda, entonces vigente, basada en la glorificación de su persona. Sólo existía una institución que en todo momento podía movilizarse para repetir «No confíes en los poderosos » [138] . Si hubiera estado ausente, el único posible resultado de la fórmula cuius regio eius religi o [139] habría sido todo regio y muy poco religio. Y también en nuestros días tenemos dogmas absurdos y prejuicios universales; y hace falta un distanciamiento especial, sagrado, que para muchos resulta inhumano, para situarse sobre ellos o poder analizarlos con cierto distanciamiento. Sé que se ha abusado tanto de este ideal como de otros muchos; sólo digo que quienes más denuncian la realidad son los que probablemente empezarán a buscar de nuevo ese ideal. No pretendo que un tribunal espiritual actúe como un tribunal legal, con poderes para entrometerse en los gobiernos nacionales. Estoy convencido de que nunca sería aceptado semejante enredo. Ni tampoco, por ese mismo motivo, deseo que ninguno de los tribunales seculares ahora creados en el interés del mantenimiento de la paz internacional tenga el poder para intervenir en la libertad local de cada nación. Le daría antes ese poder al Papa que a los políticos y diplomáticos. Pero no deseo dárselo a nadie, y de hecho nadie desea aceptarlo. La cuestión de la que hablo es de índole moral y no puede plantearse sin una cierta lealtad moral. Es una cuestión en la que influye la atmósfera e incluso una sensación personal de afecto. No dispongo aquí de espacio suficiente para describir la forma en que crece el apego popular; pero no hay duda de que éste creció alrededor de un núcleo religioso de nuestra civilización; y no es factible volver a crecer salvo para algo que apunta hacia un nivel más alto de humildad y caridad que el que tiene el mundo. Los hombres no pueden sentir cariño por los emperadores de otros pueblos, o incluso por los políticos de otros pueblos; en ocasiones hasta se ha enfriado el cariño que sienten por sus propios políticos. No veo la posibilidad de que exista un núcleo positivo de amistad, salvo en cierto entusiasmo por algo que remueva los recodos más profundos de la Página 260
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